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lunes, 27 de marzo de 2017

Para ganar unas elecciones

Para ganar unas elecciones se necesitan, en mi opinión, cuatro elementos esenciales: «marca», estructura, programa y líderes. 

Tener marca electoral significa que la ciudadanía asigna a unas siglas, a un logo, un conjunto de características ideológicas. Es decir, tener marca implica que las siglas sean conocidas y que la gente les asigne determinados atributos: derecha o izquierda, conservador o progresista, independentista o autonomista, etc. Tener marca implica tener, a priori, un público proclive claro, así como un público contrario también claro. Tener marca significa tener historia y haberla relatado, pues la marca se va haciendo a partir de una comunicación continua y orientada. Tener una marca limpia o poco dañada es una importante baza para ganar unas elecciones. Por el contrario, cuando una marca electoral está dañada, lo mejor es cambiarla. 

El segundo elemento para ganar unas elecciones es tener estructura con implantación en todo el territorio nacional o, al menos, en una parte importante del mismo. Estructura significa tener militantes o afiliados, personas de referencia en las sociedades locales, gente que trasmita opiniones hacia arriba y hacia abajo y organice encuentros, redes y contactos. Sin estructura no existe el partido y sin ella no es posible llegar a la ciudadanía. La fortaleza de los partidos tradicionales en España, más incluso que su marca (relativamente dañada por la corrupción), es precisamente su estructura: los miles de militantes organizados que tienen el PP y el PSOE le dan una clara ventaja frente a Ciudadanos y Podemos. 

El programa es, frente a lo que la gente cree, algo secundario en unas elecciones y va perdiendo importancia. Una buena marca y una buena estructura puede llegar a «vender» un programa regular, y, de la misma forma, un buen programa, sin marca y sin estructura puede no tener ningún éxito. Más aún, en estos tiempos de tuits y “post-verdad”, no es necesario ni siquiera tener un programa en el sentido clásico del término, pues basta con un par de «ideas-fuerza», especialmente, contra alguien o algo (como el de Syriza en Grecia contra el rescate o el de Trump contra los inmigrantes), para poderse presentar a unas elecciones e incluso ganarlas. 

Lo que sí es crítico para ganar unas elecciones es tener un líder. Es decir, una persona que encarne la marca, que alinee la estructura, que comunique el programa. Sin un líder, sea del tipo que sea, es imposible ganar unas elecciones. Más aún, un líder lo suficientemente fuerte es capaz de superar incluso las carencias de marca, de estructura y de programa y llegar a ganar unas elecciones. La inversa es también cierta: una marca, una estructura y un programa pueden engrandecer a un líder mediocre y hacerle ganar unas elecciones. 

Marca, estructura, programa y liderazgo son elementos necesarios y, todos juntos, suficientes para tener opciones en unas elecciones. Pero mientras que la marca y la estructura son cuestión de tiempo y de recursos, de estrategia comunicativa y de capacidad organizativa, los programas y los líderes son cuestión de oportunidad. Por eso es tan importante acertar con ellos, con los programas, pero, sobre todo, con los líderes. 

En poner a punto estos elementos es en lo que están realmente los partidos en España en estos meses. Todos los partidos están haciendo una cuidadosa campaña de márketing (unos para limpiar su imagen, otros para afianzarla), todos ellos están intentando afianzar sus estructuras (de ahí sus congresos nacionales, regionales y provinciales), algunos de ellos ya están perfilando los próximos programas electorales y algunos están buscando líder. 

De que acierten en poner a punto estos elementos es de lo que van a depender los resultados electorales de cada una de las formaciones en los próximos años, pues, una vez superada la sorpresa que supuso la irrupción de los nuevos partidos y conocida la orientación de cada uno, la política española puede volver a sendas de previsibilidad a poco que el PSOE vote estabilidad. En caso contrario, podemos volver a tiempos revueltos que en nada favorecen a la ciudadanía. 

27 de marzo de 2017 

lunes, 13 de marzo de 2017

Cumpleaños de Europa

Este mes Europa cumple 60 años. Más de medio siglo funcionando y cumpliendo objetivos. Más de medio siglo de éxitos, a pesar de los fracasos. Basta comparar los 60 años que van desde la firma del Tratado de Roma en 1957 y los 60 años anteriores a él, el período 1897-1957. En estos 60 años Europa no ha recuperado lo mucho que perdió en los 60 años anteriores en su papel en el mundo, pero ha ganado mucho más de lo perdido en niveles de bienestar para una mayoría de su población. En estos 60 años se han sucedido cuatro generaciones de europeos y cada una de ellas ha tenido una visión diferente de Europa y unos motivos diferentes para creer en Europa. 

La primera generación fue la que firmó el Tratado. Personas nacidas en las primeras décadas del siglo XX que vivieron la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la primera como niños y la segunda como adultos. Personas que conocieron la decadencia de su mundo y el horror de las guerras. Personas que experimentaron la sinrazón del nacionalismo extremo y el totalitarismo. Personas que querían construir Europa para evitar repetir lo vivido. La mayoría de los políticos que urdieron o firmaron el Tratado de Roma sólo querían eso: que no volviera a ocurrir lo que habían vivido. Pero, conscientes de que las heridas estaban muy frescas en sus pueblos, optaron por el perfil bajo del comercio como forma de empezar la construcción europea. 

La segunda nació en los treinta, en plena crisis del 29, y en los cuarenta, en medio de la Segunda Guerra Mundial. Sufrió la Europa de la Guerra Fría, el boom económico de los sesenta y la crisis industrial de los setenta. Habían vivido una guerra y la bondad de la paz, y la crisis de los setenta, lejos de separarles, les llevó a «más Europa»: sabían que la crisis del 29 había tenido mucho que ver con los totalitarismos y con la guerra. Más Europa en forma de ampliaciones hacia el Sur, más Europa en forma de Mercado Único, más Europa en forma de euro. 

La tercera generación de europeos es la que nació en los cincuenta y en los sesenta. Para ellos Bruselas siempre existió, Europa era un mercado de oportunidades y recursos, compuesto por Estados del Bienestar. Las guerras para ellos fueron sólo cosas que pasan al otro lado de las fronteras en las que siempre están involucrados los norteamericanos. Esta generación soñó, junto con la anterior, unos Estados Unidos de Europa desde la frontera rusa hasta el Atlántico. Y escribió una Constitución que fracasó y luego se diluyó en una maraña de Tratados y reglas incomprensibles para la ciudadanía. 

La cuarta es la generación es la de la crisis y los problemas en el Este. La generación de las divisiones entre el centro y el Sur. La generación de los nuevos nacionalismos y del Brexit. Una generación para la que Europa es algo que está ahí, en la lejanía. Algo difuso que manda, pero que no se controla. Un algo con recursos, pero incompetente. Un algo culpable de la crisis. Un algo que no se sabe bien ni qué es, ni cómo funciona, ni para qué sirve. Un algo: ni una realidad, ni un sueño. 

Cuatro generaciones y cuatro formas de ver y sentir Europa. Ninguna de ellas se planteó cómo hacer de Europa, de la idea, algo más que un conjunto de instituciones y reglas que gestionaran los intereses. Ninguna se preocupó de establecer una educación europea que creara una comunidad de europeos. Ninguna se preocupó por un Estado del Bienestar Europeo. Ninguna de ellas quiso crear una administración europea que superara la suma de las administraciones. Ninguna de ellas ha dado verdaderos políticos europeos. Ninguna se preocupó por... ir más allá de un mercado, una moneda y unos símbolos. Ese es el problema, que ninguna de las generaciones de europeos se preocupó de hacer a los europeos europeístas. Y ese problema es el de los próximos cumpleaños de Europa. 

13 de marzo de 2017