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martes, 20 de agosto de 2013

Gibraltar y la política exterior

Hay una regla en política que establece que la mejor forma de desviar la atención de un problema interior es buscarse un problema exterior. Nada como un conflicto exterior para centrar los titulares. Y más en un verano en el que no hay fútbol internacional. Mucho daño debe estar causando el caso Bárcenas en el Gobierno para que se haya dado la orden de elevar el tono con Gibraltar. Porque a esto, y no a otra cosa, responde la política de controles en la Verja y la escalada de agresividad de la política española contra Gibraltar. Lo demás son excusas. Y es que Gibraltar consigue poner el acento en un agravio histórico (delicia de titulares de prensa), se exacerba al nacionalismo españolista (y al catalanista), se da la sensación de que se hace algo importante y parece que tenemos política exterior. 

Y lo que realmente se consigue es poner de manifiesto que no tenemos dirección de política exterior. Porque si tuviéramos una política exterior coherente, algo que no tenemos desde que Jose María Aznar decidió, en 2001, romper los principios de la que teníamos desde la Transición, el tema de Gibraltar lo tendríamos encauzado desde hace años, a partir de las resoluciones de las Naciones Unidas referentes a la descolonización del Peñón, en el marco de la Unión Europea. Más aún, si el tema lo hubiéramos jugado dentro de la misma Unión ahora tendríamos fuerza legal para exigir la trasposición, dentro del Peñón por ser territorio británico, de la normativa medioambiental británica y europea que evite los arrecifes artificiales o las gasolineras flotantes. Como hubiéramos obligado a los británicos a imponer a los gibraltareños la normativa de controles financieros que hubiera llevado al Reino Unido a contradicción jurídica y concitado el apoyo de los alemanes y los nórdicos. 

Frente a eso, la política que seguimos es infantil ya que es imposible mantener los controles fronterizos por tiempo indefinido, y hemos dejado que sean los británicos los que lleven una acción que se realiza en territorio español, los controles, ante la misma Unión Europea, para que la declare ilegal, con lo que llevan ellos la iniciativa. Incluso, el Gobierno, en un burdo intento de concitar la "unidad nacional" involucrando al PSOE, ha tenido la peregrina idea de abrir negociaciones cuatripartitas, metiendo a Gibraltar y a la Junta de Andalucía, contradiciéndose en su criterio de limitar la acción exterior de las Comunidades Autónomas. 

Más aún, el tema de Gibraltar está tan mal llevado que incluso se ha hecho un amago de acercamiento a Argentina, con la que tenemos varios contenciosos bilaterales graves, porque preside el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, con lo que, por Gibraltar, estamos a punto de dar un giro en nuestra política latinoamericana y europea, pues el tema de las Malvinas es un tema mayor tanto en Argentina y en el Reino Unido. Incluso podemos ir a peor, porque el contencioso de Gibraltar es interpretado en Marruecos como un espejo de nuestras ciudades del Norte de Africa, aunque no lo sea ni histórica, jurídica o sociológicamente . 

Gibraltar es un tema delicado que ha de tratarse con cuidado. Lo malo es que, encima, nuestro Gobierno nos regala con justificaciones absurdas. Porque justificar los controles en el contrabando de tabaco (los 140 millones de cajetillas anuales que los gibraltareños, según el ministro del Interior, no se fuman) es absurdo, porque es evidente que no pasan 33.000 cartones de tabaco diarios por la Verja. Como no es de ahora y es evidente que Gibraltar es un paraíso fiscal indecente y que eso no se elimina con los controles. 

Lo siento, pero el tema de Gibraltar pone de manifiesto que tenemos una política exterior "castiza" y contradictoria, algo que no debe ser nunca la política exterior, que emana de un Gobierno que gestiona a impulsos de una "agenda" que no controla. Y que dudo que pueda llegar a controlar.