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lunes, 24 de enero de 2011

Propuesta para reformar las pensiones

El Gobierno y los sindicatos llevan unos meses negociando el sistema de pensiones y parece que van a llegar a un acuerdo por el que se retrasa un poco la edad de jubilación y se alarga la edad de cotización. Un simple retoque, que van a vender como una reforma "planetaria", porque en realidad no van a cambiar el decimonónico y obsoleto sistema que tenemos. Una reforma que tendrá que re-reformarse porque no podremos soportar, dentro de unos años, el efecto secundario que causa el propio sistema: el paro de larga duración de los trabajadores de baja cualificación. Por eso propongo una reforma más profunda. 

La cuestión de las pensiones es simple. Sin argumentar lo obvio, que es bueno tener un sistema público (y lo subrayo, público) de pensiones, la viabilidad económica del sistema es sencillamente un problema de financiación. La cantidad a financiar, el total de pensiones, depende de tres variables: el número de pensionistas, el tiempo que se es pensionista y la pensión media. Tres variables que han ido creciendo en los últimos años, y que crecerán en el futuro, porque las cohortes que se jubilarán en los próximos años son las de los nacidos en el baby boom; porque la esperanza de vida está creciendo (aunque lentamente) y llegaremos a vivir noventa años de media; y, finalmente, porque los gobiernos tenderán a subir las pensiones porque el voto de los mayores será decisivo. Con estas tres variables, que se pueden simular para los próximos cuarenta años, es posible calcular las necesidades de financiación de la Seguridad Social para cada uno de esos cuarenta años. 

A partir de aquí viene el problema. Porque el sistema español se financia con las cotizaciones sociales a cargo de la empresa y de los trabajadores. Es decir, la financiación de la Seguridad Social depende, hoy, de tres variables clave: el número total de trabajadores de alta en la Seguridad Social, el salario medio de estos trabajadores y del tipo de cotización social. En los años de bonanza las dos primeras variables crecían porque el empleo marcaba máximos (casi 21 millones de puestos de trabajo) y los salarios crecían por encima del 4% (aunque no su productividad), por lo que manteniendo el tipo de cotización, la Seguridad Social tenía permanentes superávits. Hoy, en plena crisis, con 18 millones de ocupados y salarios estancados el sistema no recauda lo suficiente. 

Este sistema de financiación está obsoleto y es, además, pernicioso. Obsoleto porque hace gravitar la financiación de un bien público en el uso del factor trabajo (como si fuera un bien escaso en una sociedad con paro), al tiempo que es pernicioso para la creación de empleo porque las cotizaciones sociales son un impuesto finalista que supone un mayor coste de producción de los bienes y servicios producidos en nuestro país, lo que les hace perder competitividad. La forma de financiación a base de un impuesto finalista es el problema de viabilidad de nuestro sistema de pensiones, no el sistema de pensiones en sí. 

Por eso propongo una reforma más profunda. En mi opinión, habría que hacer universal el sistema básico (lo que aumentaría las necesidades de financiación), pero cambiaría la forma de financiación reduciendo las cotizaciones sociales en un 70% (dejando solo las cotizaciones con cargo al trabajador porque tendría una pensión mayor) y financiando el resto con IVA (lo que gravaría también a los productos importados de fuera) y con un mayor tipo impositivo de IRPF, para compensar la regresividad del IVA. Y, desde luego, para hacer viable el conjunto del sistema público reduciría gastos en todas las administraciones, porque, para mí, las pensiones son un pilar del Estado del Bienestar, mientras que tenemos mucho gasto público superfluo. 

Habría que matizar, con números y simulaciones, la propuesta, pero es posible, porque ya lo hicimos así con la sanidad en los ochenta y hay países en los que este sistema funciona. 

lunes, 10 de enero de 2011

Fundamentos de economía china

Llevamos unos años en los que no paramos de hablar de la economía china: de su increíble tasa de crecimiento, de su asombroso superávit de la balanza de pagos, de su futuro como la primera economía del planeta. Los que la visitan vienen impresionados por su vertiginosa capacidad de cambio, por sus inmensas ciudades y fábricas, por las posibilidades de un mercado de 1.200 millones de personas. China nos impresiona y empieza a ser percibida no solo como un socio económico, sino como un competidor en muchos mercados y, en algunos casos, como una amenaza estratégica. 

Sus fundamentos macroeconómicos son clásicos: China está siguiendo una estrategia de crecimiento "hacia afuera". Una estrategia clásica que han seguido todas las economías con escasos recursos naturales (Reino Unido, Alemania, Japón), que les está dando unos magníficos resultados, pero que es, dado el tamaño de China, insostenible en el largo plazo por tres razones a tener en cuenta. En primer lugar, porque implica un permanente déficit de balanza de pagos, con el consiguiente endeudamiento, de las demás economías. En segundo lugar, porque se basa en bajos costes laborales, bajos niveles de consumo y una moneda devaluada, con una inmensa acumulación de capital que no se está distribuyendo equitativamente. Esta situación a medida que crezca la renta per capita se traduce en desequilibrios internos (inflación, desigualdad personal de la renta) que, mezclados con bajos niveles de productividad media y un sistema financiero con daños desconocidos, así como la "amenaza" de una transición democrática pendiente que, por la ley de las clases medias, tarde o temprano llegará, determinará un cambio de orientación de la política económica. Finalmente, esta estrategia es insostenible porque hay otros países emergentes, con menores niveles de renta per capita, que empiezan a competir con ella. China tiene, pues, que cambiar su modelo de crecimiento porque los desequilibrios que genera, y más si tenemos en cuenta su tamaño, no son sostenibles ni internamente, ni para el conjunto de la economía mundial. Y un inicio de este cambio bien puede empezar por una revaluación de su moneda frente al dólar. Algo que inevitablemente no puede tardar. Su problema es que incentivar el crecimiento interno puede llevarles a recalentar su economía, algo que tienen que evitar si no quieren perder competitividad exterior también por la vía de los precios. De cualquier forma, su reorientación tardará años. ¿Cómo ha logrado China seguir esta estrategia de crecimiento? ¿Cuáles son los fundamentos microeconómicos de la economía china para dar estos resultados? Dicho de otro modo, y es una pregunta recurrente, ¿cómo ha logrado tener tan altos niveles de ahorro con una renta per capita tan baja mientras que los españoles con rentas 4,5 veces superiores no ahorramos? La clave está en tres diferencias importantes en el comportamiento de los agentes económicos chinos en comparación con los occidentales. En primer lugar, las familias chinas, precisamente por su bajo nivel de renta, no pueden acceder fácilmente a financiación, por lo que para comprar bienes duraderos (un abrigo o una vajilla) previamente han de ahorrar. Es decir, se comportan como hacían los españoles de los sesenta: solo cuando tenían la "entrada" de un piso, el banco les financiaba el resto. En segundo lugar, a pesar de ser un estado comunista, los chinos no tienen un estado del bienestar generoso: para comer y tener techo, los trabajadores chinos tienen que dar agotadoras jornadas laborales. Exactamente como hacían nuestros padres en la España de los sesenta. Y, finalmente, el Estado chino es, además de totalitario, administrativamente centralizado y tienen una política económica diseñada para el largo plazo. Algo parecido a la España de los sesenta. 

En definitiva, lo que China está haciendo no tiene nada de milagroso, ni de anomalía histórica, pues ya fueron la mayor economía durante siglos. Lo que sí me preocupa es que no evolucionen en derechos y libertades, porque tan importante es tener renta suficiente como tener libertad. Lo malo es que eso no se puede prestar.