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lunes, 19 de mayo de 2014

In memoriam Gary Becker

El pasado 5 de mayo murió en Chicago Gary Becker. Supongo que para una inmensa mayoría de la ciudadanía, un perfecto desconocido. Incluso entre muchas generaciones de economistas, especialmente en Europa, tampoco era muy conocido. Y, sin embargo, para todos los que nos dedicamos a la economía ha sido un autor fundamental, cuyas ideas, aunque la inmensa mayoría no sepa que son fruto de la fértil mente de Becker, son el sustrato de no pocos de los campos más vanguardistas de la economía moderna. 

Becker inició su carrera profesoral dando clase en Columbia, al tiempo que colaboraba con el National Bureau of Economic Research, hasta que a finales de los sesenta volvió a su alma mater, la Universidad de Chicago, en la que ha estado enseñando hasta prácticamente su muerte. Enseñó economía para todos los niveles y estuvo tutorando tesis doctorales hasta muy recientemente. Incluso a sus 83 años mantenía un blog, con Richard Posner, en el que escribía sus últimas propuestas. En 1992 ganó el Nobel de Economía por sus aportaciones a la economía y su aplicación de instrumentos analíticos a multitud de situaciones sociales. Pero eso es una forma muy pobre de decir que Becker fue uno de los padres de infinidad de ramas de la economía, y el pionero en aplicar el análisis económico, basado en el principio de la racionalidad del comportamiento, a un amplio conjunto de situaciones sociales. En economía laboral fue el primero en analizar la discriminación en los mercados de trabajo, elaboró con Lewis los primeros modelos cuantitativos de flujos migratorios, analizó con Jacob Micer la dispersión de salarios y, a partir de las ideas de Shultz, elaboró la primera teoría completa del "capital humano", lo que daría lugar a una rama de la economía como es la economía de la educación, mientras que con su teoría de la distribución del tiempo sentaba nuevas bases para el análisis del trabajo. Con Stigler (también premio Nobel) desarrolló modelos de análisis político para comprender los lobbies y los sistemas de subvenciones. Con Aaron Director y Richard Posner analizó los mecanismos de la regulación y de la corrupción y desarrolló los primeros modelos de la economía del "crimen" y de los comportamientos "delincuentes". Elaboró la teoría económica de la familia y del comportamiento familiar, explicando por qué, por ejemplo, en los países desarrollados las familias tienen menos hijos que en los pobres, por qué la gente se casa con personas de su misma clase o cómo enfrentarse a un niño mal criado. Desde un análisis del suicidio, hasta por qué vamos a determinados restaurantes o qué entendemos por felicidad (rama ahora de moda), nada escapó a la feraz mente de Becker. Más que un economista matemático y cuantitativista, Becker fue un pensador fértil y creativo, con ideas que apuntaba y argumentaba con una especial capacidad lógica y un inmenso rigor. 

Conocí a Becker en Madrid en 1993, recién concedido el Nobel, y ese mismo año, invitado por la Diputación de Córdoba en el marco de los "Encuentros de Cultura Económica" (magnífica idea de Antonio Hurtado), vino a Córdoba. Gracias a él pudimos traer después a otros premios Nobel, como J. Buchanan, y pensadores como Galbraith, Olson o de Grauwe. Tuve la suerte de compartir con él los tres días que estuvo en Córdoba y establecer una relación personal que ha continuado hasta su muerte. Becker leyó y me aconsejó en mi tesis doctoral, me permitió editar en Cambridge sus trabajos, me ayudó a coordinar un libro y discutió mi investigación. 

Con Gary Becker los economistas hemos perdido a uno de los mejores de los últimos 50 años, Chicago a un fantástico profesor que "regalaba ideas", su familia y amigos a una magnífica persona que siempre se acordaba de felicitar por Navidad, y yo a un buen colega que, a pesar de ser quien era, nunca dejó de responder ningún correo electrónico y de debatir conmigo. Thank you very much, Professor Becker.

lunes, 5 de mayo de 2014

Desigualdad y crisis

Llevo años diciendo que, para que un análisis económico esté completo, es necesario incluir medidas que reflejen cómo evoluciona la distribución de la renta. Porque no se trata sólo de saber cómo y cuánto crece o decrece el PIB, sino también de para quién crece o decrece. Con medidas de distribución, que son también de desigualdad, sabríamos si una economía se va haciendo más o menos igualitaria en el tiempo, algo que es social, política y económicamente relevante. 

La desigualdad en la renta personal, la que realmente importa, en la economía española venía aumentado desde finales de los noventa, había mejorado mucho en el boom de principios de siglo y ha vuelto a empeorar gravemente con la crisis. 

La razón principal de este empeoramiento de la desigualdad en nuestro país está en el mercado de trabajo. Porque es el mercado de trabajo el primer distribuidor de renta y la primera fuente de desigualdad a través de dos mecanismos: la tasa de paro/ocupación y la distribución de salarios. La subida del paro, desde ese lejano 10% de 2007 hasta el casi 26% de este último trimestre, ha hecho descender drásticamente la renta de 3,7 millones de personas frente a los que mantienen su puesto de trabajo. Más aún, la persistencia de este paro por más de dos años ha hecho que más de 2 millones de personas hayan pasado de un salario más o menos digno a una "prestación por desempleo", para llegar a una mermada "ayuda familiar". Hay un millón incluso que, tras recorrer ese camino, han perdido toda ayuda pública y viven de sus escasos ahorros, de la ayuda de su familia y de las instituciones sociales. Por otro lado, las rentas salariales se están distribuyendo más desigualitariamente pues, mientras se mantienen relativamente estables los salarios de los trabajadores de alta cualificación, bajan los de los funcionarios (más a mayor cualificación) y, muy especialmente, los de los trabajadores sin cualificar del sector privado. La brecha entre los salarios más altos y los más bajos, el rango salarial, tanto antes como después de impuestos, ha aumentado significativamente, lo que profundiza la desigualdad en nuestra economía. 

La segunda razón por la que ha aumentado la desigualdad en la crisis está en la desaparición de casi 1,2 millones de empresas, lo que ha evaporado la riqueza de muchas familias y, con ella, la posibilidad de generar renta. La desaparición de millares de pequeñas empresas del sector de la construcción, inmobiliaria o industria auxiliar (ladrillos, puertas, fontanería, muebles, etc.) está siendo otra fuente clave de crecimiento de la desigualdad, pues depaupera a una pequeña burguesía emprendedora que sostenía una parte importante de nuestra economía. 

Finalmente, la crítica situación de las cuentas públicas, además de empeorar significativamente la distribución, por el deterioro del salario de los funcionarios y el recorte de subvenciones en muchos sectores, está impidiendo el cumplimiento de la función de redistribución que, en las economías avanzadas, tienen tanto el gasto público como la estructura de impuestos. 

Y es que, además de los problemas distributivos del gasto, las decisiones de nuestro Gobierno sobre impuestos, lejos de mejorar la distribución, la están empeorando al hacer un especial hincapié sobre la imposición indirecta. 

Si distribuyéramos las causas anteriores territorialmente veríamos por qué, en paralelo a una peor distribución personal de la renta, se está produciendo una mayor brecha entre territorios, pues aquellas comunidades, como Andalucía, con mayor tasa de paro, más porcentaje de funcionarios y de trabajadores de baja cualificación en el sector privado, y menos industria han visto caer más su renta que aquellas, como el País Vasco, que tienen menos paro, más sector privado, más obreros cualificados y más industria. 

El aumento de la desigualdad en la distribución de la renta personal es uno de los efectos más graves de la crisis. Haríamos bien en ir prestándole atención, más allá de debates estériles, pues será una de las heridas de la crisis que más tardaremos en cicatrizar.