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lunes, 28 de mayo de 2012

Nervios, histeria y corralito

Estamos demasiado nerviosos. Es cierto que la situación es extremadamente grave, pero también el exceso de información, y la necesidad de responder a todo rápidamente, impiden separar lo importante y lo urgente, articular alternativas y ejecutarlas con la mirada puesta en el medio plazo. 

Vivimos en un círculo vicioso. La ciudadanía vive en un estado de agitación que, sumado a la gravedad de la situación, provoca una nerviosa demanda de soluciones, a la que los políticos responden rápidamente y sin pensar, improvisando soluciones que, en vez de resolver el problema, generan más nervios. En la era de la información, unos quieren hacer política a base de "tweeter" y otros de pancarta, cuando los problemas complejos a los que nos enfrentamos no caben en 140 caracteres, ni en una cartulina de medio metro. Los tiempos que vivimos nos impiden tener perspectiva y profundidad. Nadie escribe hoy, porque nadie lo leería, un libro profundo como la "Teoría General" de Keynes, como nadie daría hoy 100 días para articular las medidas anti-crisis a Roosevelt. Vivimos en la histeria. Lo que agrava lo que nos pasa. 

A esta histeria contribuyen, además de periodistas amarillentos y políticos banales, economistas y politólogos que olvidan lo elemental de sus ciencias. En estos tiempos de nervios, Roubini y sus secuaces se están haciendo ricos profetizando catástrofes que ellos pueden producir por nuestra ignorancia, la torpeza de nuestros políticos y la histeria. 

Un ejemplo de esto es el del Premio Nobel Paul Krugman cuando la semana pasada escribió sobre un futuro corralito en España. Su texto incendió internet, a la opinión pública europea, al Gobierno y la ciudadanía. Vivimos tan histéricos que hasta una tontada como la de Krugman hay que rebatirla. 

Un corralito es, técnicamente, un "racionamiento de dinero". Es decir, es limitar la cantidad de dinero de la que se puede disponer de los depósitos que se tienen en un banco. Puede ser de dos tipos: sobre moneda extranjera o sobre moneda propia. El primer caso, que ha sido el más habitual en las crisis financieras, se imponía para evitar que una economía se quedara sin reservas de moneda fuerte, como fue el caso de la Argentina en 2001, donde se acuñó la expresión, porque los argentinos (tan nacionalistas otras veces) preferían dólares antes que pesos. El segundo caso, que no se ha dado en Europa desde la postguerra mundial, se impone cuando el Banco Central no tiene capacidad de generación de liquidez de su propia moneda. 

Ninguna de estas dos situaciones se puede producir hoy en la zona euro. Esto podría pasarle a aquel país que abandone el euro, es decir, que sustituya el euro por su propia moneda, porque la ciudadanía seguramente preferirá el euro (la moneda de Alemania) antes que la nueva moneda. Una situación que solo es pensable hoy para Grecia, pero no a España, porque no hay causa objetiva para volver a la peseta, ni nos interesaría. Y dentro de la zona euro el corralito es imposible porque no hay razón para limitar la disposición de efectivo, ya que el Banco Central Europeo tiene capacidad de emisión ilimitada, porque la UE y los Estados tienen capacidad para responder de los depósitos en los bancos y porque habría que imponer la limitación a toda la zona euro. El que Grecia tenga problemas, no significa que España tenga los mismos problemas. Y Krugman debería saberlo porque, dicen, es experto en ¡economía internacional! 

Como esto que acabo de exponer es política económica de nivel intermedio, la tontada bloguera de Krugman solo tiene dos explicaciones posibles. O Krugman no sabe lo que es un corralito, lo que nos dice que su Nobel fue un montaje del New York Times, o que, aprovechando nuestra histeria, sirve a intereses oscuros de Wall Street. O sea, que hoy no sé si es un tonto o un malo. Lo que sí sé es que la histeria le hace el juego. 

lunes, 14 de mayo de 2012

Así, no

El problema más acuciante, que no el más grave, de la economía española es el exceso de deuda. Mientras tengamos un 297,3% de deuda sobre PIB, un 92,1% de ella exterior, la economía española no puede esperar tasas de crecimiento por encima del 2%, a partir de la cual empezar a crear empleo. 

Para atajar un problema de endeudamiento, lo primero es no aumentarlo. Y eso es lo que tenemos que hacer el conjunto de los agentes españoles. Así, las familias y empresas no financieras llevan ya tres años en los que ahorran más de lo que se endeudan (por eso no crecemos), mientras al sistema financiero se le impuso un ahorro forzoso (el aumento de su nivel de capitalización) que no está siendo suficiente. Por su parte, el sector público no sólo no empezó a ahorrar cuando debía, sino que lleva tres años de retraso en las medidas que tenía que haber tomado, por lo que ahora toca hacer un ajuste fiscal. 

Hemos, pues, de ajustar el déficit público, no porque el volumen de nuestra deuda pública sea excesivo, sino porque no es sostenible, dada nuestra estructura de impuestos y de gastos, teniendo en cuenta, además, nuestra deuda total, la dependencia exterior y que somos una economía sectorial y empresarialmente débil. Hay que reducir el déficit público, no porque lo exija Bruselas, sino porque la lógica de una economía de mercado, abierta y con moneda única, así lo exige. Como hay que hacer una profunda reforma de nuestra economía para volver a crecer y crear empleo. Y, hasta aquí, coincido con la política económica del Gobierno. 

En lo que ya no coincido es en la táctica. 

Por el lado de los impuestos se improvisa continuamente. A la subida de los tramos del IRPF, le siguió una amnistía fiscal y ahora una reforma del Código Penal. Cuando el IRPF, por ejemplo, lo que necesita es una reforma en profundidad que acabe con la injusticia con que son tratadas las rentas del trabajo. Como es conveniente dejarse ya de tontadas con el IVA y las Cotizaciones Sociales y subir uno y bajar las otras. Como habría que replantear todo el resto de tasas y precios públicos. Pero para ello habría que tener un plan de reforma fiscal integral y coherente, con las correspondientes simulaciones de sus efectos recaudatorios, económicos y distributivos, y no una sucesión de ocurrencias parciales. 

Por el lado de los gastos la táctica es no menos desastrosa. Es lógico que se esté parando la obra pública porque la dotación de capital físico no es pequeña. Lo que es absurdo es reducir la inversión en capital humano (mal llamado gasto en educación), en gran medida porque las personas que no se formen ahora no lo harán en el futuro, como no se pueden recuperar en el futuro las ideas y patentes que no se investiguen hoy. Que hay que moderar los gastos en educación y aumentar la productividad de los claustros es evidente, pero aumentar la ratio en las aulas (con pruebas empíricas de que eso empeora la calidad) cuando de lo que se trata es de que más estudiantes aprendan más, o cortar la financiación de la investigación básica, es una barbaridad. Como es una barbaridad de lesa humanidad dejar sin atención sanitaria a los inmigrantes, por mucha irregularidad en la que estén, cuando es posible reducir casi un 10% los gastos sanitarios con mejoras sencillas en la gestión. 

Antes que esto, y sin negar la necesidad de hacer más eficientes la educación y la sanidad, mejor hubiera hecho el Gobierno reformando la administración pública territorial (empezando por los ayuntamientos), eliminando organismos superfluos, cerrando televisiones públicas o reduciendo subvenciones a las empresas y a los agentes sociales. 

No. Me temo que así, no. Y menos sin un discurso valiente que nos explique la lógica de lo que se hace y por qué. Porque, además de medidas, este país necesita liderazgo.