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lunes, 24 de febrero de 2014

Argentina, de nuevo

En todas las facultades de economía del mundo debiera ser obligatorio estudiar la economía argentina. Y no por lo brillante de su desarrollo, sino por la cantidad de errores de bulto que son capaces de acumular, empezando por una simple mentira estadística de mucho calado, siguiendo por una política fiscal que les lleva a la quiebra y por una política intervencionista que hace imposible salir de su círculo vicioso de estancamiento. Argentina tenía, hace solo medio siglo, más renta per capita que España y hoy tiene menos de la mitad de la española. 

El primer error grave que vienen cometiendo los argentinos es de manipular las estadísticas. En 2007, el Gobierno del presidente Kischner decidió que en vez de elaborar el IPC siguiendo los criterios internacionalmente aceptados, lo iban a sustituir por un indicador de precios oficial, siguiendo criterios políticos. Los organismos internacionales, empezando por el Fondo Monetario Internacional y terminando por medios como The Economist, protestaron por el apagón estadístico, pero de nada sirvió. El Gobierno argentino pretendió con el cambio aminorar la carga de su deuda pública (en vez de controlar su déficit), ya que al manipular el índice de precios, reduciéndolo, se controlaba el tipo de interés, con lo que se reducía el coste de la financiación. Por otra parte, si el índice no pasaba de un determinado nivel, alrededor del 10%, no se incurría en la penalización de revalorización del principal de la deuda a la que se había comprometido el Gobierno. Penalización a la que se comprometieron porque, en teoría, evitaba la tentación, en la que han caído, de una inflación alta. Finalmente, se tomó la decisión para vender la reducción de la pobreza como un éxito del gobierno, pues el índice de pobreza en la Argentina se calcula a partir de descontar la tasa de inflación "oficial" de los salarios monetarios, lo que ha dado como resultado que, durante la presidencia de la señora Fernández de Kischner la pobreza se haya reducido, de manera "oficial", en más de 12 puntos. 

La consecuencia de la mentira estadística, no solo en el IPC sino en todas las variables, ha sido la absoluta pérdida de credibilidad de la política económica. Por eso, Argentina es una economía imprevisible, de alto riesgo, excluida de los mercados financieros internacionales, con graves problemas de financiación y de gestión, lo que les lleva a tomar decisiones arbitrarias como la expropiación de YPF (con lo que pretendían apañar un problema de déficit público), la prohibición de importaciones superiores a 50 dólares o un sistema fiscal expropiatorio para algunos sectores. Con estadísticas falsas y una inflación real de casi el 30%, la situación económica es caótica. Los precios de los productos importados se elevan continuamente, lo que genera problemas de balanza de pagos, que el Gobierno pretende limitar con prohibiciones de importación absurdas, lo que genera escasez y nuevas subidas de precios. Por otra parte, los productos argentinos son cada vez menos competitivos exteriormente, lo que genera nuevos problemas de balanza de pagos que no pueden financiar, salvo emisión de moneda. La espiral inflacionista no ha hecho nada más que empezar (como ocurrió en Venezuela hace tres años) y, además de repartir renta a favor de aquellos sectores que tienen poder sobre los precios haciendo su distribución más desigualitaria (parece mentira que no aprendieran eso de los ochenta), genera pobreza y paro en el medio plazo. Lo que les lleva a la mentira estadística sobre el paro (que también amañan) o, como vienen haciendo desde hace años, en el PIB. Los argentinos, abocados a una crisis por el funcionamiento de su economía, se precipitan en ella porque no saben ni siquiera qué está ocurriendo. 

Gestionar estadísticas falsas tiene como resultado una política económica absurda. Es como apañar pruebas médicas. Puede uno hacerse la ilusión de que nada pasa, pero la enfermedad sigue su curso. Y, en el caso de la Argentina, su enfermedad se llama crisis. 

lunes, 10 de febrero de 2014

Medio llena, medio vacía

El juicio sobre una situación económica ha de basarse en un conjunto de datos que reflejan el funcionamiento de esa economía. Un conjunto de datos que abarquen toda la realidad económica y financiera, que incluyan ratios de equilibrio y eficiencia, y su evolución a lo largo del tiempo. Reducir la complejidad de la coyuntura de una economía a eslóganes orientados según se sea gobierno u oposición es algo común en la política, pero es una simplificación que desorienta y genera desconfianza. 

¿Cómo va la economía? ¿Estamos realmente saliendo de la crisis? Estas son dos preguntas que todos los días nos hacen a los economistas, porque los políticos, con su credibilidad bajo cero, dan mensajes contradictorios. Para el Gobierno, hemos pasado lo peor de la crisis gracias a sus políticas, estamos en la senda de la recuperación y pronto se creará empleo. Para la oposición, se ha mejorado algo la situación gracias a Bruselas, la recuperación es aún titubeante y el empleo tardará en llegar y será precario. Y cada uno de ellos lleva razón en una de sus afirmaciones, dice una verdad a medias en otra y sabe que "dulcifica la verdad" en una tercera. 

Lleva razón el Gobierno cuando dice que lo peor ya ha pasado porque de los 110 indicadores básicos de la economía, que llegamos a tener en negativo 105 en 2012, hay hoy más de 70 en positivo: el PIB está creciendo lentamente, la demanda interna lo hace en todas sus partidas (salvo consumo público y débilmente en inversión), el sector exterior mejora, como mejora la productividad o las ratios financieras (prima de riesgo, bolsa) y de saneamiento, como va bien la inflación. Lleva razón cuando se arroga la mayor parte del mérito en haber evitado el precipicio. Y en lo que lleva razón el Gobierno, se equivoca la oposición, no reconociendo que la política de consolidación fiscal y salvamento del sistema financiero han sido decisiones acertadas (con matices) a las que ellos se opusieron. 

Pero siendo esto cierto, no es menos cierto que la recuperación será sólo del 0,5-1% este año, con una lenta aceleración para el 2015, lejos de las tasas a las que debemos crecer para crear realmente empleo, por lo que hablar de "recuperación" es un poco exagerado. Y ahí lleva razón la oposición cuando le recrimina al Gobierno su optimismo. 

Sin embargo, en lo que más "dulcifica la verdad" el Gobierno y lleva razón la oposición, es en la mejora del mercado de trabajo. Porque si bien se está reduciendo la tasa de paro, el Gobierno no dice que esta reducción se debe a la caída de la población activa, a la creación de empleo temporal (más del 80% de los nuevos contratos) y a la reducción salarial. Como no reconoce que esta situación se va a prolongar mucho tiempo, en gran medida porque la recuperación real tardará en llegar y porque ni el Gobierno ni la oposición tienen un plan de política económica que transforme nuestra economía. Más aún, la conversión del crecimiento de la actividad en empleo, que es lo que realmente le preocupa a la ciudadanía, será lenta muchas razones: por la forma en la que estamos creciendo, en el sector exportador industrial (de baja absorción de empleo) y en el turismo (de alta temporalidad); porque hemos perdido más de un millón de empresas; por las bajas expectativas de crecimiento de la demanda del empresario medio, sus dificultades para financiarse (especialmente en su circulante) y su desconfianza hacia la contratación indefinida; y porque el Gobierno no sabe cómo hacer una política incentivadora de empleo, y para prueba la última subida encubierta de cotizaciones. 

Los políticos pueden contar que el vaso está medio lleno o medio vacío, la obligación de los economistas es decir el número exacto de centilitros de líquido que hay en él en cada momento. Si es mucho o es poco dependerá de quién se lo esté bebiendo.