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lunes, 18 de junio de 2007

Balance de situación

Tras el anuncio oficial de la ruptura del alto el fuego permanente, una obviedad tras el atentado de Barajas, la situación de la lucha contra el terrorismo etarra entra en una nueva/vieja fase. Y, como siempre que se termina una etapa, es conveniente hacer un balance de situación. En principio, se puede decir que a lo largo del proceso los españoles hemos conseguido sentirnos menos amenazados. Pero este argumento es falaz, porque en casi toda España esta sensación ya se tenía antes del "proceso" y, en aquellas partes en las que la amenaza era real ha seguido esta sensación de amenaza en forma de vandalismo callejero y de extorsión mafiosa, de tal forma que, aún antes de que mataran a dos pobres ecuatorianos, el proceso ya había fracasado en el País Vasco y Navarra. Más aún, ni siquiera han respetado la campaña electoral con boicoteos a los candidatos del PP y del PSOE e incluso con una bomba lapa a un candidato socialista. Así pues, poco hemos conseguido con el proceso porque nada ha dado ETA. 

ETA, en cambio, ha conseguido mucho a cambio de esa nada. ETA ha conseguido tiempo. Tiempo para rearmarse con el robo de las pistolas en Francia; tiempo para volver a entrenar a sus cachorros con la kale borroka; tiempo para volver a la extorsión que la financia; tiempo para colocar un puñado de los suyos para controlar de iure (ya controlaba de facto) muchos ayuntamientos del País Vasco y Navarra lo que, además de presencia pública, le permitirá acceder a financiación pública; tiempo para dejar en evidencia al Parlamento Europeo, al Congreso y al Gobierno; tiempo para poner dañar la confianza en las leyes y en las instituciones del Poder Judicial con el caso de De Juana; tiempo para introducir en el debate político paralelismos sin fundamento entre el problema en el País Vasco y la situación irlandesa; tiempo para dividir a los demócratas y desgastar al Gobierno; y, lo más grave, tiempo para polarizar la opinión pública española condicionando toda nuestra vida política. ETA ha ganado, pues, tiempo para recomponer sus recursos, ha minado las posiciones de los demócratas, ha metido en el debate elementos que, en la política de titulares que vivimos, van calando en una opinión pública mal informada, va ganando legitimidad y ha logrado colocar en el plano ideológico y simbólico sus posibles soluciones. Hasta ha logrado que nos olvidemos de lo muy sectarios que son los nacionalistas en la gestión diaria y los veamos como males menores dentro de la política española. ETA no ha conseguido sus objetivos estratégicos, pero ha conseguido el objetivo táctico de reforzarse, alargar el proceso y conocer con quién tiene que negociar. 

Y a cambio de todo esto poco hemos conseguido. ETA ha ganado esta partida de negociación porque la estrategia del Gobierno ha sido ambigua, más voluntarista que realista, demasiado fiada en ideologizados y pésimos análisis de los hechos, demasiado atada a la magia de las palabras y poco sensata en las personas y gestos. Y lo siento, siento de corazón y de razón que hayamos perdido esta partida. La responsabilidad de esta pérdida es, indudablemente, del Gobierno, que es quien ha dirigido la partida por nuestro bando. Colgar responsabilidades al PP es tan ideológicamente infantil que no merece ni un comentario o ¿es que alguien cree realmente que ETA se hubiera comportado de otra forma si el PP declara su apoyo al Gobierno? Ahora corresponde intentar minimizar las pérdidas de nuestro bando, fijar claramente el objetivo de la lucha antiterrorista, establecer planes operativos para cortar la financiación, el reclutamiento y la influencia de los terroristas, restablecer una argumentación racional de su anacronismo para limar su legitimidad y luchar, como ya se hizo, contra estos asesinos que desde hace demasiado tiempo nos obligan a pensar en ellos. Porque, convenzámonos, en esta lucha sí tiene que haber vencedores y vencidos. 

18 de junio de 2007 

lunes, 4 de junio de 2007

Universidad española

Los economistas, de cualquier ideología o condición, llevamos muchos años diciendo que el problema de fondo de la economía española es el del crecimiento de la productividad. Un problema que, según la macroeconomía del crecimiento, se resuelve con más inversión en capital humano y físico y un mayor ritmo de incorporación de la tecnología en los procesos productivos. Todos estamos de acuerdo y sin embargo el problema persiste. Y persiste porque no analizamos con suficiente profundidad cómo formamos a nuestro capital humano, porque no evaluamos los incentivos al ahorro, porque no tenemos indicadores de la eficiencia de las políticas tecnológicas. 

El sistema español de generación de conocimiento y formación de nuestro capital humano descansa, fundamentalmente, sobre la Universidad. Y descansa sobre ella porque nuestro sistema público de investigación es muy raquítico en medios humanos y materiales, mientras que la investigación privada empresarial en nuestro país es prácticamente irrelevante. La Universidad se convierte, entonces, en la institución cuya misión es la creación y transmisión de conocimiento, o sea, en la institución que ha de crear nuestra tecnología y ha de formar nuestro capital humano. La Universidad, además, es la clave de la formación de capital humano en España porque, fracasado por una cuestión de prestigio social el sistema de formación profesional, una parte importante de nuestros jóvenes terminan su escolaridad en ella. La Universidad española es, por tanto, la clave para el análisis de nuestro capital humano. 

Sobre nuestro sistema universitario tenemos un discurso oficial que hace hincapié en tres aspectos objetivamente ciertos: en primer lugar, que es un sistema universitario que ha crecido mucho en los últimos años y cuyo resultado ha sido el que tenemos una de las ratios más altas del mundo de alumnos universitarios, por lo que España tendrá, en el futuro, una de las mayores ratios de titulados universitarios; en segundo lugar, que es una universidad en permanente cambio; y, finalmente, que tiene problemas de endogamia profesoral y financiación. Un discurso oficial simple santificado, además, por diversos informes, empezando por el de Bricall, que abundan en estas ideas. 

Lo que no hace este discurso oficial es evaluar nuestra universidad. Si evaluáramos nuestra universidad sabríamos por qué nuestro capital humano crece poco, pues se pondría de manifiesto que el capital humano es mucho más que un número de titulados, es el conjunto de conocimientos que esos titulados tienen. Puesto que crece el número de titulados y no crece nuestro capital humano, hemos de deducir que nuestros titulados saben poco. Y si saben poco es porque nuestra universidad es de mala calidad. Y bastan unos datos para corroborarlo: en ningún ranking internacional hay ninguna universidad española entre las 100 mejores o entre las 20 primeras de Europa; España solo tiene 7 premios Nobel (5 en Literatura y 2 en Medicina y ninguno vivo), mientras que la Universidad de Cambridge, por ejemplo, ha tenido 81, Chicago 77, Oxford 46, Harvard 32 y Stanford tiene ¡17 en su claustro! (y no doy más datos como el índice Hirsch de investigación o las patentes por cada mil habitantes porque sería descorazonador). Más aún, honradamente, ¿cuántos de los que nos dedicamos a la Universidad, si tuviéramos recursos suficientes, no mandaríamos a nuestros hijos a estudiar a cualquiera de las universidades que he citado? Reconozcámoslo: tenemos muchas malas universidades. No sé qué sabio dijo que reconocer que se tiene un problema es tener media solución. Quizás porque los muy corporatistas universitarios no reconocemos que lo hacemos mal es por lo que tenemos el problema desde hace tantos años. 

4 de junio de 2007