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lunes, 4 de junio de 2007

Universidad española

Los economistas, de cualquier ideología o condición, llevamos muchos años diciendo que el problema de fondo de la economía española es el del crecimiento de la productividad. Un problema que, según la macroeconomía del crecimiento, se resuelve con más inversión en capital humano y físico y un mayor ritmo de incorporación de la tecnología en los procesos productivos. Todos estamos de acuerdo y sin embargo el problema persiste. Y persiste porque no analizamos con suficiente profundidad cómo formamos a nuestro capital humano, porque no evaluamos los incentivos al ahorro, porque no tenemos indicadores de la eficiencia de las políticas tecnológicas. 

El sistema español de generación de conocimiento y formación de nuestro capital humano descansa, fundamentalmente, sobre la Universidad. Y descansa sobre ella porque nuestro sistema público de investigación es muy raquítico en medios humanos y materiales, mientras que la investigación privada empresarial en nuestro país es prácticamente irrelevante. La Universidad se convierte, entonces, en la institución cuya misión es la creación y transmisión de conocimiento, o sea, en la institución que ha de crear nuestra tecnología y ha de formar nuestro capital humano. La Universidad, además, es la clave de la formación de capital humano en España porque, fracasado por una cuestión de prestigio social el sistema de formación profesional, una parte importante de nuestros jóvenes terminan su escolaridad en ella. La Universidad española es, por tanto, la clave para el análisis de nuestro capital humano. 

Sobre nuestro sistema universitario tenemos un discurso oficial que hace hincapié en tres aspectos objetivamente ciertos: en primer lugar, que es un sistema universitario que ha crecido mucho en los últimos años y cuyo resultado ha sido el que tenemos una de las ratios más altas del mundo de alumnos universitarios, por lo que España tendrá, en el futuro, una de las mayores ratios de titulados universitarios; en segundo lugar, que es una universidad en permanente cambio; y, finalmente, que tiene problemas de endogamia profesoral y financiación. Un discurso oficial simple santificado, además, por diversos informes, empezando por el de Bricall, que abundan en estas ideas. 

Lo que no hace este discurso oficial es evaluar nuestra universidad. Si evaluáramos nuestra universidad sabríamos por qué nuestro capital humano crece poco, pues se pondría de manifiesto que el capital humano es mucho más que un número de titulados, es el conjunto de conocimientos que esos titulados tienen. Puesto que crece el número de titulados y no crece nuestro capital humano, hemos de deducir que nuestros titulados saben poco. Y si saben poco es porque nuestra universidad es de mala calidad. Y bastan unos datos para corroborarlo: en ningún ranking internacional hay ninguna universidad española entre las 100 mejores o entre las 20 primeras de Europa; España solo tiene 7 premios Nobel (5 en Literatura y 2 en Medicina y ninguno vivo), mientras que la Universidad de Cambridge, por ejemplo, ha tenido 81, Chicago 77, Oxford 46, Harvard 32 y Stanford tiene ¡17 en su claustro! (y no doy más datos como el índice Hirsch de investigación o las patentes por cada mil habitantes porque sería descorazonador). Más aún, honradamente, ¿cuántos de los que nos dedicamos a la Universidad, si tuviéramos recursos suficientes, no mandaríamos a nuestros hijos a estudiar a cualquiera de las universidades que he citado? Reconozcámoslo: tenemos muchas malas universidades. No sé qué sabio dijo que reconocer que se tiene un problema es tener media solución. Quizás porque los muy corporatistas universitarios no reconocemos que lo hacemos mal es por lo que tenemos el problema desde hace tantos años. 

4 de junio de 2007 

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