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martes, 31 de agosto de 2004

Las muertes de África

África se está muriendo. Muere de bala y de metralla, por las heridas de las guerras, por la omnipresente violencia. Muere de hambre, de sed, de miseria. Muere de enfermedad, de todas las enfermedades. Muere de explotación y de esclavitud. Muere en patera. Muere de desidia. Muere en silencio. Sencillamente, muere. 

África muere de bala y de metralla en las largas y olvidadas guerras que se extienden por todo el continente. África muere en la guerra civil de Sudan. Una guerra civil de más de cincuenta años, que se mezcla con una limpieza étnica de mayor violencia que aquella que tanto nos impactó en los Balcanes. Agravada, además, por una larga tradición esclavista y la ausencia absoluta de información. El Gobierno de Sudán, por sí o por las milicias paramilitares que ha ido armando, mantiene una guerra con su propia población en el Sur y en Dafur, expulsa a su gente hacia países vecinos, permite el tráfico de esclavos en su territorio y amenaza a los países vecinos con extender el conflicto. Todo ello con el telón de fondo de una guerra étnica y religiosa en la que está presente, ¡cómo no!, la existencia de yacimientos de petróleo y conexiones con el islamismo integrista internacional. Y África muere en la guerra larvada de los Grandes Lagos. Porque la guerra de los noventa, esa guerra que nos escandalizó por sus más 800.000 muertos y otros tantos desplazados, no resolvió el fondo de la cuestión: el de las de demasiadas armas y demasiadas ambiciones sobre demasiadas divisiones raciales y unos demasiado bien colmados yacimientos de diamantes y minerales. Todo ello en la nebulosa y montañosa zona fronteriza entre el Congo, Uganda, Ruanda y Burundi. Y parecida sigue siendo la situación en Sierra Leona o en Liberia. Y no llega a ser lo mismo, pero es explosiva, la situación en Nigeria, Etiopía y Somalia. África muere de violencia. 

África se muere de hambre, de pura miseria. Porque las guerras generan pobreza y los Estados resultantes de ellas generan corrupción, ausencia de derechos y pequeños déspotas que esquilman a sus propios conciudadanos en Guinea Ecuatorial, en Angola, en Namibia, en Lagos, en Kenia, en Botsuana, en el Congo, en Camerún, etc. Y eso en el caso que haya algo que esquilmar, porque hay países en los que la sequía, la desertización y la estúpida ayuda occidental ha arruinado su agricultura condenándolos a un hambre eterna. Los ejemplos del Chad, de Malí, de la República Centroafricana, de Etiopía, de Eritrea, etc. son sólo una muestra. E incluso hay países con suficientes recursos para que su población viva decentemente, pero cuyos gobiernos se han endeudado, sin que la población se haya beneficiado, y a los que Occidente obliga a pagar y a ajustarse con políticas que nosotros no soportaríamos de nuestros gobiernos. Y hablo de Mozambique, Senegal, Mauritania, Gabón, Kenia, Tanzania, etc. África muere de hambre, de corrupción, de sequía, de deudas. 

África se muere de enfermedades, de todas las enfermedades. Porque se muere de enfermedades que tienen prevención con simples saneamientos y conducciones de agua, de enfermedades que tienen cura con antibióticos, de enfermedades que tienen solución con sólo asepsia en la asistencia médica, de enfermedades que pueden resolverse con prevención e información. África se muere de tifus, de malaria, de gripe, de parto, de Sida. 

Y muere ante la indiferencia de todo el mundo. Mientras los ciudadanos de los países ricos estamos de vacaciones, disfrutamos de las Olimpiadas y nos preocupamos del precio del petróleo, los de África están, sencillamente, muriéndose. África agoniza en silencio, sin aspavientos, sin ruido, en la misma forma en la que su gente, cada uno de ellos, lo hace. De la misma forma que un hambriento, un enfermo de Sida, una pobre mujer sedienta, un niño desnutrido no tienen fuerzas, ni medios para protestar, para rebelarse, para llamar la atención. Porque África no tiene ni organizaciones, ni agencias de noticias, ni televisiones propias que nos hagan llegar su sufrimiento, sus heridas, su agonía. África se desangra, agoniza en silencio. África, sencillamente, se muere. 

lunes, 2 de agosto de 2004

Multinacionales españolas

Sé que es una contradicción el título de artículo. Y no sólo porque lo que es de una nación no puede ser de muchas, aunque esa nación sea tan plurinacional como algunos pretenden que es España, sino porque una de las clásicas características de nuestra economía ha sido el de no tener empresas de tamaño mundial, con sede central dentro de nuestras fronteras y controladas por directivos españoles. Pero esta característica ha ido cambiando en la última década, y la compra del Abbey National Bank por parte del Santander Central Hispano es la última, y la más importante, de las operaciones que han ido haciendo converger, también en esto, nuestro tejido empresarial con el de cualquier economía desarrollada. 

En unos años hemos asistido a un proceso de expansión internacional de las empresas españolas en dos oleadas sucesivas. La primera oleada del proceso de creación de empresas multinacionales españolas se inició, a principios de los noventa, con la privatización de los viejos monopolios públicos y la liberalización de algunos mercados. Repsol (antigua CAMPSA), Telefónica y los Bancos, etc. iniciaron su aventura latinoamericana con la compra de también viejos monopolios y bancos en los países de nuestro antiguo Imperio. Y tras Latinoamérica, la expansión por Extremo Oriente, esencialmente en China, de empresas como Alsa, Nutrexpa o Mongragón, y en el Magreb, donde se han instalado Agbar, FCC, etc. La segunda oleada de este proceso ha sido el desembarco en el mundo desarrollado con los dos hitos en este verano: la ya dicha compra del Abbey y la toma de control por parte de Ebro-Puleva de la mayor empresa de arroz de los Estados Unidos. El resultado final de este proceso es que España ya tiene sus multinacionales. 

El desencadenante de este proceso fue el Tratado de Maastricht. Y es que el proceso de convergencia forzó a la privatización de los monopolios públicos (para cumplir el criterio de deuda pública) y a la liberalización de los mercados (para reducir la inflación y cumplir con las normas de competencia del Mercado Único). Estas circunstancias supusieron que los antiguos monopolios públicos (teléfonos, carburantes) y los semi-monopolios privados (banca, electricidad), que operaban en mercados protegidos y muy regulados, tuvieran una fuerte disminución del margen y unas expectativas de caída de su demanda. 

Caída del margen y disminución de la cuota de mercado mucho más acusada en el caso de la Banca, por la caída de los tipos de interés en el proceso de convergencia y por la fuerte competencia interna con las cajas de ahorro, que compiten deslealmente. 

Para poder hacer frente a estos dos hechos, las grandes empresas españolas, presionadas además por los grupos financieros que controlaban su capital que no querían ver reducidos su beneficio y su cotización, iniciaron la expansión hacia mercados que cumplieran cuatro condiciones: mercados emergentes con fuertes expectativas de crecimiento; tecnológicamente menos avanzados que el mercado español; relativamente protegidos; y, finalmente, cultural o idiomáticamente próximos (dada la escasa preparación internacional de nuestros cuadros directivos). Portugal, primero, y, Latinoamérica después, han sido las economías que ofrecían mejores oportunidades para la expansión de nuestras empresas y, de ahí, la expansión en ellas, que ha llevado a que la inversión directa española en estos países fuera la de mayor volumen. Las grandes empresas españolas empezaron a ser mundiales, de la misma forma que la economía española empezó a ser exportadora neta de capital como corresponde a su nivel de desarrollo relativo. Porque lo que no era normal es que la novena economía industrial de planeta no tuviera empresas multinacionales de origen propio. 

La compra del Abbey por el Santander, pues, no es una locura de verano. Es un hito más en el proceso para hacer de la economía española una economía desarrollada normal. Porque en esto no somos, ya, diferentes. España tiene multinacionales. Aunque igual al final tenemos multinacionales sin España.