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martes, 7 de junio de 2016

Otra mirada sobre el Brexit

El próximo día 23, los británicos están llamados a las urnas para decidir si continúan siendo miembros de la Unión Europea, de una forma especial, o se van. Un referéndum en el que los europeos nos jugamos mucho más de lo que creemos. 

El mero hecho de que el referéndum se celebre en los términos en los que se ha planteado (véanse el Anexo I de las Conclusiones del Consejo Europeo del 18 y 19 de febrero pasado), y no en los de dentro («in») o fuera («out»), es un fracaso estrepitoso para el mismo concepto de Europa como cuerpo político. Los británicos están votando cómo quieren ser parte de Europa, mientras que el resto de los europeos no podemos votar si estamos de acuerdo con esa forma que van a tener ellos de estar. Con este referéndum los europeos estamos renunciando al principio democrático elemental de la igualdad, pues, si de lo que se trata es de decidir sobre el futuro de todos, y lo es porque la pertenencia del Reino Unido nos afecta a todos, todos tendríamos que poder participar. Si sale el sí, los británicos, una vez más, habrán modelado Europa según sus intereses y no según el interés común de todos. 

Si saliera el sí, y los británicos siguieran en Europa, lo que los británicos habrán conseguido es sacralizar la excepción británica en dos temas de mucho calado: las finanzas y la emigración. Es decir, excluir de las reglas económicas comunes al sistema financiero británico, y hacer una excepción en las reglas de movilidad de personas dentro de la Unión. Y lo primero es lo que realmente les importa. 

Hace años que el Reino Unido dejó de ser líder en cualquier sector de la economía real y vive de la intermediación en los flujos financieros mundiales. Los británicos dependen de las finanzas como nosotros dependemos del turismo. Más aún, perdido su peso político por su debilidad poblacional y económica real, el poder político británico se basa en la información que generan las finanzas. Por eso, la política británica tiene tres ejes esenciales que coinciden con la visión del mundo y los intereses de los banqueros afincados en Londres: el libre comercio, la autonomía de la política monetaria y la autorregulación financiera. Como, por otra parte, necesitan a Europa como mercado primario interior, buscan permanentemente la excepción dentro de ella. En definitiva, con este referéndum, y si gana el sí, los británicos protegen el poder que tienen sobre los flujos financieros europeos, tanto interiores como exteriores, pues Londres es la segunda plaza financiera del mundo. Por eso, el Gobierno de Su Majestad Británica no quiere perder soberanía, porque su sistema financiero necesita la flexibilidad de su sistema jurídico, mucho más liberal que el continental, al tiempo que no quiere tener la supervisión de Frankfurt. 

La contrapartida para el resto de los europeos de la excepción británica es que estamos aceptando que, siendo los banqueros de Europa, pueden tener un gobierno autónomo para ellos, con sus propias reglas. Sólo la debilidad de las estructuras políticas europeas (dentro de su propia burbuja de irrealidad), la nacionalista y pragmática concepción de Europa que tienen los partidos y las opiniones públicas europeas, la ausencia de visión de los líderes europeos, empezando por Juncker y Tusk, y la superficialidad del cálculo político con la que se tratan temas como este, pueden explicar los términos del referéndum británico. 

Por eso, en mi opinión, si saliera el sí, el referéndum británico, lejos de ser la salvación de Europa como nos han vendido nuestros políticos, es un paso más hacia la muerte de Europa. Creo que el mejor resultado para Europa sería que saliera el no, que los británicos se equivocaran votando la salida. Nos harían un favor a todos porque podríamos empezar otra vez a pensar en una Europa unida, y alejarnos del complejo mundo de nadas burocráticas en el que la hemos convertido. 

6 de junio de 2016 

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