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lunes, 3 de octubre de 2011

Nuestra crisis en perspectiva

La actualidad es tan rica en acontecimientos que se necesitaría un periódico casi infinito, borgiano, para hacer un breve comentario sobre lo que ocurre. La coyuntura es tan apasionante que hay cientos de temas a los que dedicarles un artículo. Sin embargo, en medio de la vorágine, creo necesario hacer un alto para mirar nuestra crisis serenamente y tratar de ordenar lo que sabemos de ella. Porque la crisis económica española tiene varias perspectivas desde las que analizarla que se reflejan en las conversaciones y en los periódicos. Varias perspectivas que se relacionan y se mezclan, por lo que los debates sobre la crisis son caóticos, carentes de conclusiones. 

La crisis española es, en primer lugar, una crisis económica, de actividad. La tasa de crecimiento es muy débil y lo seguirá siendo los próximos años. Por el lado de la oferta, tenemos dañados casi todos los sectores, lo que significa que la mayoría de nuestras empresas tienen problemas. Aquellas empresas cuya demanda depende del crédito al consumidor (construcción o automóviles) tienen dependencia de las administraciones públicas (obra civil o actividades subsidiadas) y su actividad no es comercializable exteriormente están sufriendo una profunda crisis que las aboca al ajuste de empleo y, a veces, al cierre. 

Por el lado de la demanda, la situación no es mejor porque una parte importante de las familias españolas, la mayoría de clase media, están altamente endeudadas, mientras que el paro se está cebando en las de clase media baja, por lo que la renta disponible familiar, tras el pago de impuestos y de deuda, está estancada o se ha reducido. Como tienen expectativas de empeoramiento aplazan decisiones y minimizan el consumo. Y sin crecimiento del consumo, se paraliza la inversión, y con ella, la creación de empleo, dando como resultado bajo crecimiento. Las malas expectativas lastran nuestro crecimiento. 

La crisis española es, en segundo lugar, una crisis financiera. La economía española es la tercera más endeudada en términos relativos del planeta: casi el 350% del PIB. Esta cifra implica un sobreendeudamiento de unos 50 puntos del PIB que hay que reducir. Esta reducción puede hacerse mediante al aumento del ahorro (lo que reduciría la tasa de crecimiento y alargaría este ajuste) y/o impulsando el crecimiento (lo que implica a corto plazo ¡más endeudamiento!). De momento, el ajuste financiero se está haciendo caóticamente, sin un plan. El problema es que, además, dependemos de la financiación exterior, lo que hace que nuestra situación esté, hoy, en manos de los mercados internacionales. Sin una política financiera creíble no es posible generar expectativas de crecimiento. 

La crisis española es, en tercer lugar, una crisis social. La tasa de paro española es superior al 20%, o sea, que casi 5 millones de personas quieren trabajar y no pueden. Además, muchas de ellas agotarán pronto su prestación pública, lo que generará pérdida de renta de las familias, especialmente las más desfavorecidas. Como, además, la Ley de Dependencia no se aplica, muchas familias se verán en situaciones límite. La situación social se deteriora también por falta de expectativas. Aumenta la marginalidad, la delincuencia, las drogodependencias, los malos tratos, etc. Vivimos un deterioro social y eso que no metemos, aún, la xenofobia en la ecuación. Hay que analizar seriamente el impacto social de las medidas contra la crisis. 

Finalmente, la crisis española, es una crisis política. La gobernanza difusa, en la que prima la territorialidad sobre la racionalidad, con demasiados intereses superpuestos y con debates superficiales e ideologizados "políticamente" correctos, ha dado como resultado unas instituciones redundantes e insostenibles que están llenas de políticos mediocres, cuando no corruptos, que toman decisiones erróneas. La crisis española es, a tres años de su inicio, también, fruto de nuestras instituciones y de la incompetencia de nuestra clase dirigente. 

Lo siento, pero la situación es grave y compleja. Necesitamos una reflexión seria y unas reformas profundas. Algo que, me temo, ni el ambiente ni las circunstancias permiten. 

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