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lunes, 8 de diciembre de 2008

Más pensamiento

Todas las crisis económicas, y esta que vivimos no es una excepción, causan una cierta perplejidad en la opinión pública en el mismo momento en el que se viven. Una perplejidad de la que participan intelectuales, analistas y políticos que reaccionan, en muchos casos, haciendo análisis superficiales que llevan a propuestas de soluciones que son muchas veces un insulto al sentido común. Ya en el convulso mundo de los 30, a solo una década del final de la guerra del 14, en medio de un marasmo monetario y con revoluciones comunistas y fascistas por doquier, los filósofos e intelectuales de la época mostraban su perplejidad ante un mundo que no eran capaces de analizar. Por pura pereza se resucitaron, por ejemplo, el mercantilismo (en la Francia de Lebrun), el autarquismo propuesto por Fichte a finales del XVIII (Mussolini, Hitler), el marxismo revolucionario o el liberalismo extremo del XIX como fuente de inspiración de la política económica. Todas las grandes economías de la época pusieron en marcha políticas absurdas basadas en estas viejas ideas. Solo fue a partir de la mirada nueva que unos pocos visionarios (Keynes, Kahn, Hansen, Hicks, etc.) hicieron de los fundamentos de la economía que se articularon políticas económicas que no solo sacaron a las economías de la crisis, sino que, después de la Segunda Guerra Mundial, dieron a la humanidad un largo periodo de crecimiento económico. 

Hoy parece que volvemos a caer en esa perplejidad y que una mayoría de analistas y políticos responden ante la situación con la misma pereza intelectual. En Alemania y Francia se han disparado las ventas de El Capital. Y se puede leer en España a catedráticos de teoría literaria (¡!) reivindicar su lectura como inspiración para analizar lo que ocurre. Reconozco que El Capital hace una buena descripción de la economía y política de su tiempo, pero su análisis económico, basado en la teoría del valor de Ricardo, es profundamente erróneo. El Capital no sirve para comprender la realidad que vivimos, sino para comprender el origen del comunismo, de ese sistema económico que fracasó en el siglo XX. 

Algo parecido, aunque menos drástico, ocurre con Keynes. En la Teoría General de Keynes hay muchas ideas aprovechables, en gran medida, porque las economías desarrolladas actuales funcionan en muchos aspectos basadas en sus ideas y las de sus discípulos. Pero también nuestras economías tienen características que invalidan muchas de sus recetas. Para empezar, Keynes analiza economías industriales, relativamente cerradas, con monedas metálicas, escasa presencia del sector público y bajos niveles de endeudamiento. Sus recetas de política son poco operativas en economías totalmente distintas. La Teoría General, un libro inmenso, hoy no puede ser el manual de instrucciones para salir de la crisis, salvo que tuviéramos un gobierno mundial que considerara el mundo como una sola economía. 

Sacudámonos la pereza intelectual y empecemos a analizar lo que ocurre con más pensamiento, más imaginación, nuevas ideas. Porque, como escribe el mismo Keynes, en el último párrafo de su libro: "Las ideas de los economistas y de los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. En realidad el mundo está gobernado por poco más que esto. Los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto... de manera que las ideas que los funcionarios públicos y políticos, y aún los agitadores, aplican a los acontecimientos actuales, no serán probablemente las más novedosas. Pero tarde o temprano son las ideas y no los intereses creados las que presentan peligros, tanto para bien como para mal". Amén. 

8 de diciembre de 2008 

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