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lunes, 6 de junio de 2005

Y ahora, ¿qué?

Tras los referenda de Francia y Holanda la Constitución Europea está en fase terminal. Se muere, casi sin remedio. Lo que quiere decir, sin dramatizar sus consecuencias, que conviene reflexionar sobre qué se está haciendo y, sobre todo, qué se está haciendo mal en la construcción europea. Y, a continuación, pensar en qué podemos hacer. 

Para empezar, reconozcamos que la construcción europea se está haciendo, no de espaldas a los ciudadanos, sino sin cercanía al ciudadano y sin comunicación. La construcción europea está siendo una cuestión de élites, de políticos enterados, burócratas cualificados y economistas, pero no de ciudadanos. Los ciudadanos no perciben a la Unión, ni lo que significa, ni lo que implica, ni por qué es buena, ni por qué falla. Nadie, al menos que yo sepa, ha hecho un informe de qué habría pasado en nuestras economías si no hubiera existido Europa. Nadie ha repetido aquel informe sobre el "coste de la no Europa" de Paolo Cecchini. Nadie parece pararse a pensar qué sería de las infraestructuras españolas, por poner un ejemplo, de nuestro crecimiento en los últimos años o de nuestra agricultura si no hubiera sido por los fondos estructurales, por el euro o por la PAC. Como nadie parece valorar que seamos ciudadanos de la Unión. No valoramos Europa, y lo más grave, parece como si no importara. No valoramos Europa, y desde luego, no se comunica lo que vale. En segundo lugar, reconozcamos que no hay una dimensión europea en nuestros políticos y en nuestros ciudadanos. Europa no está en la agenda política porque no pensamos en ella en los términos en los que Kennedy hablaba a los americanos, es decir, en qué podemos hacer por ella, y no en qué puede hacer por nosotros. Europa es, así, una referencia etérea, algo para sacar dinero, no una realidad común que construir. Y, finalmente, reconozcamos que el proyecto europeo, tal y como lo estamos construyendo, con tanta indecisión, con tantos intereses y salvedades, no ahuyenta las incertidumbres de la gente. Algo estamos haciendo mal cuando no sabemos comunicar lo que es Europa y lo que significa, cuando no es una preocupación de los ciudadanos, cuando no responde a las aspiraciones de la gente. 

Entonces, ¿qué hacer? Mi propuesta, en línea con lo que ya he sostenido en estas mismas páginas, es sencilla: más Europa, más Constitución y menos Tratados. Y es que quizás sea el momento de hacer un referéndum europeo y preguntar claramente a la ciudadanía de todos los países y al mismo tiempo: ¿queremos construir unos Estados Unidos de Europa con todas sus consecuencias, es decir, con una Constitución sencilla que recoja los valores que nos unen y los derechos que nos reconocemos, un marco institucional por el que nos vamos a regir (un parlamento europeo bicameral, un gobierno europeo responsable ante el parlamento, una judicatura europea), unas competencias amplias (política de defensa, exterior, interior, fiscal, monetaria y de regulación de mercados, seguridad social y protección del medio ambiente, infraestructuras, etc.) y un marco de prelación de normas y de subsidiariedad de las demás estructuras políticas preexistentes, sin salvedades y sin disposiciones adicionales, sin tantos artículos de salvaguarda, sin tantas unanimidades? Reconoceríamos, así, a los europeos como cuerpo político único y, fijando la regla de que si en un país gana el no, este país queda excluido de esta constitución y se revisarán los tratados con él, pero que si gana el sí, se integra con todas sus consecuencias, daríamos un incentivo a los políticos para que comunicaran mejor lo que implica Europa, valoraríamos a Europa en su verdadera dimensión, ahuyentaríamos incertidumbres de la gente. Estoy seguro de que muchos noes franceses y holandeses se cambiarían. Mi solución, pues, es no arrugarse ante el no, es subir la apuesta. Porque, como decíamos cuando éramos más jóvenes, nunca corazón cobarde conquistó mujer hermosa. 

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