Páginas

lunes, 9 de abril de 2007

Capital humano

Desde que Adam Smith escribiera la Riqueza de las Naciones, allá por 1776, los economistas sabemos de la importancia de la educación en el progreso de los pueblos. Pero no sería hasta que confluyen las ideas de Jacob Mincer y Gary Becker, sobre capital humano, con las de Robert Solow y Paul Samuelson, sobre crecimiento económico, que no se empieza a pensar en la educación como una de las fuerzas que desarrollan una economía en el largo plazo. Hoy sabemos que existe una alta correlación entre el nivel de renta de una comunidad y su nivel educativo. De hecho, y dejando siempre de lado a los países petroleros, las economías más desarrolladas del planeta son las que tienen un nivel de alfabetización más alto, mayor índice de titulados universitarios y, lógicamente, mayor gasto medio en educación. De igual forma, se puede demostrar que un incremento en el nivel de gasto educativo produce, en el plazo de una generación, una aceleración del crecimiento económico. Así pues, invertir en educación es una de las mejores estrategias de desarrollo que se pueden seguir, especialmente en los países pobres. Esta idea, que es cierta con ese grado de generalidad, es necesario matizarla. 

El primer matiz viene desde la misma definición de capital humano. Así, si consideramos que el capital humano de una comunidad es el conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes hacia el trabajo que posee esa comunidad y que les permiten producir bienes y servicios, hemos de considerar que no todos los conocimientos son iguales en cuanto a su utilidad para la producción, por lo que ese criterio, que se viene aceptando, de que el capital humano se mide por los grados de escolaridad medios de una población, no sólo no es exacto, sino que puede sesgar el análisis. Dicho de otra forma, dos países con el mismo porcentaje de titulados superiores y el mismo índice de analfabetismo tienen el mismo grado de educación, pero pueden tener distinto nivel de capital humano si en el primero de ellos todos los titulados lo son, por ejemplo, en lenguas muertas, mientras que en el segundo todos los titulados lo son en, por ejemplo, ingeniería industrial. De donde se deduce que, desde la perspectiva del capital humano, no sólo son relevantes los grados de escolaridad, sino qué se estudia. 

El segundo matiz tiene que ver con una variable oculta en las estadísticas. Y es que, por aquello de la corrección política, se considera, en las organizaciones internacionales, que todos los títulos de las mismas áreas tienen el mismo valor. Y eso es lo mismo que pensar que un título de Harvard contiene el mismo conocimiento que uno de una universidad española. Hay una gran diversidad de cantidad y calidad de conocimiento bajo el mismo título, como hay un abismo entre una titulada sobresaliente y un titulado aprobado. Así pues, la calidad de las instituciones educativas, que son los productores del capital humano, así como el nivel de exigencia dentro de ellas determinan distintos niveles de capital humano. 

De lo dicho hasta aquí se pueden extraer dos conclusiones básicas: si queremos crecer más en los próximos años tenemos que invertir más en capital humano, pero eso no significa necesariamente tener más titulados. Y, de igual forma, hemos de aumentar la calidad de nuestra educación, y eso tampoco significa necesariamente gastar más sino, probablemente gastar mejor. Y bastaría con que comparáramos lo que se ha hecho en Irlanda en los últimos veinte años con lo que hemos hecho en Andalucía, para que viéramos cómo se gestiona bien una política de capital humano. Lo malo es que esa comparación igual no le interesa ni a nuestros omniscientes planificadores educativos, ni desde luego, a nuestros sapientísimos y "magníficos" rectores. 

9 de abril de 2007 

No hay comentarios:

Publicar un comentario