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lunes, 16 de julio de 2007

Suspensos europeos

Hace dos semanas se terminó el semestre de presidencia europea de Alemania y, como es tradición, se celebró una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno. Una cumbre que fue un examen final de junio sobre europeísmo, sobre lo que realmente saben y piensan sobre la política y economía europea los líderes del continente. Y, como suele suceder con los malos estudiantes, lo que dijeron, a la salida del examen, sobre lo que habían hecho se parece en muy poco a lo que realmente escribieron en el examen. Y es que, junto a algunos puntos positivos, como el acuerdo de mínimos sobre la Constitución europea, hay muchos puntos negativos y demasiadas lagunas en este examen de junio. 

En primer lugar, por cómo han tratado muchos gobiernos los resultados de la cumbre, se puede colegir que la mayoría de nuestros líderes y sus técnicos, y Zapatero entre ellos, siguen sin entender que, en el mundo globalizado y policéntrico de las superpotencias que se avecina, una confederación difusa como es la Unión Europea actual tiene muy poco que hacer. Cada uno de los países europeos actúa en el panorama mundial con una voz que es mucho menos que la suma de las partes. Por eso, mientras nuestros líderes no se den cuenta que es mucho mejor actuar unidos, aunque a veces no se esté de acuerdo, que no actuar, seremos meros sujetos pasivos de los problemas que afectan al conjunto de la humanidad y simples espectadores de problemas regionales en otras partes del planeta. Nada aportamos al problema del calentamiento global; nada aportamos a la lucha contra el terrorismo global; nada decimos en la situación de Oriente Próximo y del petróleo; nada decimos en las migraciones mundiales o en los problemas africanos. Europa, como Europa, nada pinta en el mundo. 

En segundo lugar, nuestros líderes políticos siguen sin saber nada de economía moderna. Nuestros dirigentes siguen mirando la economía de su respectivo país como si fuera un ente encerrado en los estrechos límites de las rayas de colores de un mapa, sin darse cuenta de que las políticas económicas nacionales han perdido eficacia por la integración y la globalización. Y es que, en economías abiertas, las políticas fiscales y sectoriales son cada vez más ineficaces para gestionar el ciclo económico, y la experiencia alemana, francesa, italiana o portuguesa de los últimos años es clarificadora. Más aún, no se dan cuenta de que monopolios estatales, la tontada de los "campeones nacionales" o la protección de los mercados de servicios son incompatibles con una liberalización efectiva de los mercados de bienes, como ésta es incoherente con una fuerte regulación de los mercados de trabajo. Esta miope mezcla de viejas ideas da como resultado la pérdida de competitividad y la inmovilización de factores productivos. Con lo que, al final, tenemos menor tasa de crecimiento y mayor tasa de paro, al tiempo que necesitamos la emigración y dualizamos nuestros mercados de trabajo. Las economías europeas necesitan una política económica europea, no la suma descoordinada de políticas nacionales. Y bastaría fijarse en cómo está funcionando la política monetaria, protegiéndonos de la inflación en los últimos años, para convencerse de lo que hay que hacer. 

Pero la cumbre europea de Berlín, además de certificar, por enésima vez, la miopía política y la incompetencia económica de nuestros líderes y de sus equipos, ha contrastado, además, la pobreza intelectual de la mayoría. Y es que ante la tozudez de los gemelos polacos frente Alemania, los demás (y los españoles los primeros) deberían haber hecho un frente común con la canciller Merkel, recordando que la historia no puede ser un argumento político, porque el futuro no puede borrar el pasado. Quizás sea ese el problema de nuestros líderes, que creen examinarse de la historia de nuestras viejas divisiones, cuando las preguntas a las que tienen que responder son de política y economía del siglo XXI. 

16 de julio de 2007 

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