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lunes, 13 de octubre de 2008

Esquema de las políticas anti-crisis

En medio del caos financiero y de la crisis, se puede vislumbrar la estrategia de política económica que están siguiendo las autoridades económicas del mundo desarrollado para hacerle frente. Una estrategia que, con matices para cada país, está siendo, en general, improvisada, mal comunicada y peor gestionada, lo que agrava los problemas. 

Está claro que el objetivo a corto plazo de esta estrategia es sanear el sistema financiero e intentar devolver la vitalidad a las cuentas de las empresas, como condición imprescindible para evitar una espiral de recesión y paro similar a la vivida en Japón en los noventa. Se trata, pues, de restablecer la confianza financiera para salvar, dentro de lo posible, la estructura productiva. Los ejes que articulan esta política de saneamiento son tres: una política monetaria de liquidez expansiva, una política fiscal cíclicamente deficitaria y una política de saneamiento del sistema financiero y de facilidades de financiación para las empresas. Unos ejes típicamente de economía de oferta, alejados de los tradicionales estímulos keynesianos de demanda. La política monetaria de inyección de liquidez está siendo posible porque, con el miedo a una recesión, la amenaza inflacionista está relativamente alejada. En este contexto, los bancos centrales están intentando sanear las cuentas del sistema financiero prestándoles dinero a bajos tipos. Como los bancos seleccionan ahora mucho mejor a quién prestan dinero y a qué interés, los márgenes bancarios crecerán. Se trata, entonces, de hacer que los bancos, con menos actividad, tengan beneficios de tal forma que puedan hacer frente a las pérdidas que los activos dañados les han causado. Se intenta convertir el problema de la banca en un problema de selección del riesgo y de tiempo, no de liquidez. La novedad ha sido la coordinación de esta política entre los principales Bancos centrales del mundo desarrollado. Una coordinación necesaria para evitar dos efectos indeseados: que uno de los bancos centrales tuviera que cargar con el peso de toda la inyección de liquidez y que se vieran distorsionados los mercados de divisas, con graves consecuencias en los precios básicos mundiales. 

Por su parte, la política fiscal que están siguiendo todos los países es acomodaticia al ciclo. Es decir, que el crecimiento del déficit viene dado no tanto por los cambios en las políticas de gastos e ingresos, como por la caída de la actividad. Aquellos países que arrastraban un fuerte déficit público (Estados Unidos, por ejemplo) lo están viendo aumentar, mientras que los que tenían superávit lo están perdiendo. Pero salvo excepciones, algunas coyunturales y por motivos electorales, no se observan grandes cambios en la política fiscal. No es tiempo de revoluciones fiscales o de experimentos con el Estado del Bienestar. 

Finalmente, la política de saneamiento de las instituciones financieras y de los mecanismos de financiación de las empresas se está haciendo a través de nacionalizaciones más o menos encubiertas, créditos blandos y extensión de garantías que, dependiendo de la estructura legal y administrativa de cada país, se articula de una forma diferente. Más aún, la profundidad y coste de esta política depende mucho de los problemas de cada economía y de lo dañado que esté su sistema financiero. Así, en los países anglosajones, con Estados Unidos a la cabeza (plan Paulson-Bernanke) y la salvedad de Canadá, esta política de saneamiento es el eje esencial de toda la estrategia, mientras que en países con sólidos sistemas financieros esta política tendrá, previsiblemente, un menor protagonismo. 

De cualquier manera, los acontecimientos están desbordando de tal forma a los Gobiernos que me parece que se necesita mucho más que este simple esquema para salir de una crisis que es "grave, profunda y mundial". Calificativos que el gran Fuentes Quintana aplicó a la anterior, a los que me atrevo a añadir el de "larga". 

13 de octubre de 2008 

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