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lunes, 10 de noviembre de 2008

El nuevo mesías

La semana pasada, los norteamericanos, y el mundo, escogieron a Barak Obama como su presidente para los próximos cuatro años. Una elección que ha generado unas inmensas expectativas, no solo en los Estados Unidos, sino también en algunas sociedades tan pasionales (y tan manipulables) como la española. Unas expectativas de cambio que, como todas las situaciones en las que el mero cambio es un valor, pueden ser excesivas. 

Unas expectativas excesivas, en mi opinión, por tres razones: en primer lugar, porque la mayoría de los problemas no son fácilmente resolubles; en segundo lugar, porque un presidente norteamericano tiene mucho poder, pero no tanto como ingenuamente se le asigna; y, finalmente, porque los recursos de los que puede disponer para resolverlos son limitados. 

La Humanidad tiene problemas cuya solución no es fácil porque depende de las voluntades e intereses de numerosos agentes. Es cierto que muchos son problemas en los que la actitud y el liderazgo de un presidente norteamericano son variables importantes, pero aun así no son dependen sólo de su política. Para empezar, la mera elección de Obama no devuelve la confianza en los mercados financieros porque esta confianza no depende ya tanto de la acción política como de la propia evolución de la economía. Y, de igual manera, el que Obama tenga grandes dotes de liderazgo no resuelve la recesión a la que caminamos. Como también es difícil que esta elección resuelva la complicadísima ecuación de Oriente Medio, la guerra en Irak o Afganistán o la creciente tensión en el Cáucaso. Más aún, y a pesar de que él tenga un origen africano, dudo que tenga una idea clara de cómo resolver los problemas africanos de pobreza, violencia y corrupción o abordar los retos del Milenio. Ni siquiera, y en esto podría hacer mucho, debemos esperar que se avance mucho y rápidamente en los problemas medioambientales. 

En segundo lugar, es difícil que Obama reoriente toda la política norteamericana, en gran medida porque, aunque su partido tiene mayoría en ambas cámaras, el poder legislativo americano no está dominado por el presidente, ni los partidos políticos se alinean monolíticamente detrás de su líder. Un senador o un congresista americano no responden tanto ante los partidos en los que se agrupan, como a los ciudadanos concretos a los que representan. Por eso, las fracturas dentro del partido demócrata que la victoria tapa ahora aflorarán a lo largo del tiempo, especialmente cuando se acerquen las elecciones de dentro de dos años. El sistema de controles y equilibrios (checks and balances), que es característico de la democracia americana, supone un contrapeso al papel del líder y distribuye el poder, pero es un freno, siempre necesario, a cualquier cambio revolucionario. El presidente Obama tendrá, para llevar a cabo su programa, que convencer continuamente a las cámaras, a su partido y a los votantes. 

Finalmente, Obama se va a encontrar con un grave problema de recursos. Las cuentas públicas americanas son deficitarias en un 3,5% del PIB y se verán agravadas por los fondos de salvamento financiero del Plan Bernanke-Paulson de más de 1 billón de dólares. El margen de maniobra, legal y económica, de Obama es, a corto plazo al menos, relativamente reducido. 

Obama será un magnífico presidente, especialmente si lo comparamos con el pésimo George Bush. Su elección es una buena noticia. Pero no es el mesías, no es el enviado de la Providencia para resolver todos los problemas, es solo un hombre. 

Parece mentira que en un país tan descreído como España haya prendido tan fuerte el mesianismo "Obama". No sé si porque cada vez estamos más alejados de la religión o más huérfanos de liderazgo político. 

10 de noviembre de 2008 

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