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lunes, 25 de julio de 2011

Somalia

Mientras discutimos si Camps se ha sacrificado o no por hacer lo que tenía que haber hecho hace meses, o si se debe llevar corbata o no en el Congreso, en Somalia, la gente se muere de hambre. Mientras en Europa se discute sobre cómo salvar a Grecia con ¡100.000 millones de euros!, en Somalia, son millones de personas las que no se salvan porque se mueren de hambre. 

En Somalia, la gente se muere de hambre porque es un estado fallido. Una gran parte del territorio está en manos de señores de la guerra, que gobiernan sociedades jerarquizadas ligadas por lazos de sangre, en permanente conflicto entre ellos y con el entorno (piratería incluida). El Estado, sencillamente, no existe, por lo que la política se regula por la mera fuerza, mientras que la vida social se organiza por una versión primitiva del islam que es, a su vez, una forma de dominación opresiva de la población, y una excusa para protegerse de la intervención exterior. Los somalíes no son, pues, ciudadanos, sujetos de ningún tipo de derecho (ni pasivo, ni, desde luego, activo), sino simples súbditos de los señores de la guerra. Y, como en todas las sociedades sin derechos, los débiles (y lo son todas las mujeres y los pobres) son los que menos derechos tienen. Ante este Estado fallido, y conociendo la permanente y generalizada violación de los derechos humanos que se dan en Somalia, las grandes potencias del mundo callan y consienten, porque ni Somalia es área estratégica para ninguna, ni es país rico en recursos, ni es más amenaza que otras zonas del planeta en la que se preparan terroristas. Más aún, hubo un intento fallido de intervención norteamericana por lo que, ahora, de repliegue en todos sitios por razones económicas, nadie se va a meter en Somalia. Somalia como espacio geoestratégico no interesa. 

En Somalia, la gente se muere de hambre porque es una economía agraria de subsistencia. Una agricultura en la que no es posible ahorrar, porque no tiene productividad suficiente, y en la que no es posible invertir, por la inseguridad que provocan las guerras. Para una agricultura tan pobre, una sequía, como la que tienen, es sencillamente mortal. Más mortal porque no pueden importar alimentos a sus inalcanzables precios actuales (fruto de la especulación) y no tienen posibilidad de que nadie les financie. Por eso, ante una emergencia, solo es posible la ayuda exterior masiva. Una ayuda que llegará tarde, y no llegará a todos, porque sus señores de la guerra se querrán enriquecer con ella. Para comprar, eso sí, más armas, en un perverso mecanismo comercial para el que sí hay dinero. 

En Somalia, la gente se muere de hambre porque son gente sin voz. Porque no pueden hacer llegar su situación a través de las redes sociales. En Somalia la gente se muere en silencio, sin que nos enteremos. Sin que nadie les preste la voz. Sin que esto nos indigne. Y aunque nos indignara, ¿alguien lo tendría en cuenta para las próximas elecciones? ¿Realmente le ha importado a la opinión pública española que el Gobierno haya incumplido sistemáticamente sus promesas de ayuda al desarrollo, o haya hecho una absurda e ineficiente política de cooperación? Somalia no tiene voz, ni quien se la preste, en un mundo en el que es más importante escandalizar que conocer o actuar. 

En Somalia, la gente se muere de hambre. Como se van a morir en todo el Sahel y en otras partes del planeta. Por la falta de Estado, pero también por falta de intervención exterior. Por falta de agua, pero también por la especulación en los mercados de alimentos. Por falta de ayuda, pero también por exceso de armas. Por falta de presencia pública, pero también por nuestra superficialidad. 

En Somalia, la gente se muere de hambre. En última instancia, porque no les vamos a dedicar más tiempo que los tres minutos que hemos tardado en leer este artículo. 

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