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lunes, 7 de junio de 2004

Momento constituyente

Lo quiera o no el ministro Jordi Sevilla, el hecho es que estamos en un momento constituyente. Porque en los próximos meses se sustanciará la Constitución Europea, porque se ha abierto la reforma constitucional española en el discurso de investidura del presidente Zapatero, porque hay grupos de trabajo en todas las comunidades haciendo borradores de nuevos Estatutos. Podremos no querer llamarle reforma constitucional, podremos no ser conscientes de ello o no querer debatirlo, pero el hecho es que se está hablando sobre qué límites va a tener el ejercicio del poder político, que eso son los derechos, y, lo que es más llamativo, hemos empezado a hablar de quién o quiénes serán los que regularán en el futuro nuestra vida social, que eso son las competencias. Y porque estos asuntos son sustantivos de un sistema político es por lo que se incluyen en la Constitución Europea, la Constitución española y en los Estatutos. 

El momento histórico no es casual. Las fuerzas desatadas con la globalización han hecho aparecer nuevos agentes políticos que explotan nuevas formas de poder. Las empresas multinacionales, las organizaciones no gubernamentales globales, los nuevos medios de comunicación, los think-tanks creadores de ideología, etc. son agentes de dimensiones mundiales que están desbordando el marco político de los Estado-nación de tamaño medio y pequeño. Para enfrentar con éxito los retos que los nuevos agentes políticos plantean en pos de sus intereses, no siempre legítimos y no siempre sociales, es por lo que han surgido las integraciones regionales, de las que la Unión Europea es, quizás, el ejemplo más acabado. Dicho de otra forma, porque hemos permitido que nazcan con la globalización gigantes económicos y sociales, que pueden transformar su tamaño en poder político y capacidad de influencia, es por lo que es necesario, antes de que se conviertan en monstruos, crear instituciones democráticas que puedan controlarlos. De otra forma nos veríamos abocados a la tiranía de las multinacionales de todo tipo y al vaciamiento real de nuestras democracias. Pero este proceso mina el mismo concepto de Estado. Ese monopolio de violencia sobre una población asentada en un territorio, según la maravillosa definición de Max Weber, empieza a resquebrajarse cuando cede soberanía sobre la economía o la política exterior, cuando sus leyes son meras traducciones de acuerdos intergubernamentales. El Estado, así, va quedando, tras este proceso, en una realidad virtual, con cada vez menos competencias, menos funcionarios, menos recursos, engranaje básico de otro ente multinacional pluricultural. La Constitución Europea es, en este contexto, la expresión legal final del este proceso que los europeos hemos vivido con mayor intensidad. Por eso no es casual que sea ahora, ni que se acelere su redacción ante las amenazas e incertidumbres del mundo post 11-S y M. 

En España, además, está madurando ahora otro proceso que iniciamos hace 25 años con la Constitución. Un proceso paralelo de descentralización política y administrativa. Un proceso que respondía a la diversidad de España y que se acentuó como reacción al centralismo franquista. Un proceso que, en no poca medida, ha permitido hacer más cercano el poder político al ciudadano. Un proceso que, empezado en un contexto político determinado, debe ser replanteado ante la nueva realidad política del mundo, tanto para descentralizar otras funciones, como para volver a centralizar otras que se mal descentralizaron. Y porque estamos cediendo soberanía hacia arriba y hacia abajo, y eso cuestiona el hecho en el que se fundamenta toda nuestra Constitución que se recoge el artículo primero que declara que la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado, es por lo que, le guste o no al ministro, me guste o no, estamos en un momento constituyente. Un momento del que hemos de ser todos conscientes y en el que todos hemos de hablar. Y no sólo los nacionalistas historicistas o los oportunistas del tipo Maragall, que son a los únicos a los que, de momento, se les oye. 

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