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lunes, 4 de marzo de 2013

Italia, eterna

La imagen que tenemos de un país los ciudadanos de otro depende en no poca medida de lo que publican los periódicos y vemos en los telediarios. Los viajes, los documentales, los reportajes de vida cotidiana (tipo "españoles por el mundo"), las visitas turísticas y los amigos y conocidos naturales de ese país nos ayudan a conformar un poco más la imagen, pero, en muchos casos, los estereotipos persisten. Si al ciudadano medio español se le pregunta por Italia tiene una imagen folklórica que se resume, además de en los nombres de ciudades eternas o míticas, en cuatro o cinco palabras clave: Berlusconi, mafia, Ferrari, pizza. 

Berlusconi es, y más tras su dulce derrota de la semana pasada, el símbolo de la compleja política italiana. Se subraya mucho ahora la "ingobernabilidad" de Italia por los resultados electorales de la semana pasada. Según parece nadie se explica la victoria por la mínima de Bersani, el segundo puesto de Berlusconi, el ascenso de Beppe Grillo y el fracaso sin paliativos de Monti. Sin embargo, cuando analizamos con una cierta perspectiva histórica lo que ha ocurrido, se puede concluir que, en Italia, ha ocurrido lo de siempre, lo que prácticamente viene ocurriendo desde hace décadas, incluso desde antes que se refundara la República allá por los primeros años 90, con la transformación del viejo Partido Comunista y la defenestración de toda su clase política por la corrupción. Ha ocurrido que los italianos son mayoritariamente gente pragmática, con sensibilidad social, con un punto moderno en medio de un gran apego a lo tradicional, que admiran el descaro, son escépticos, tolerantes y... están hartos. Un pueblo al que le gusta la política, su teatro y sus juegos, pero que ya está cansado de sus políticos, a los que, sin embargo, sigue eligiendo porque no tiene mucho donde elegir y porque cree que "son todos iguales". Una ciudadanía para la que la política es un arte (porque les emociona), un espectáculo (que les entretiene), un deporte (que les da una bandera y una competición). Italia es una sociedad tan potente, intelectual y económicamente, que se permite el lujo de tener una democracia imperfecta con problemas de gobernabilidad, corrupción, inestabilidad y mafia. Y ha podido permitírselo, hasta ahora, porque la economía italiana es Ferrari y pizza, es Finmeccanica y el Carnaval de Venecia, es Armani y Barilla.... La economía italiana es una potente economía, con casi un 30% de su PIB en la industria, lo que le permite tener una balanza de pagos relativamente equilibrada (por eso su deuda exterior es relativamente pequeña) y una envidiable (para parámetros españoles) tasa de paro del 11%, lentamente creciente. En la actualidad está sufriendo una recesión, más motivada por los fuertes ajustes fiscales de Monti (ha cerrado el año 2012 con un déficit de poco más del 3% --la mitad que nosotros--), que por la debilidad de su demanda. Italia, además, no ha tenido burbuja inmobiliaria, ni sus familias y empresas están altamente endeudadas (su nivel de endeudamiento global es 80 puntos menor que el nuestro). El problema de la economía italiana son sus cuentas públicas, el alto nivel de gasto público (parte de él improductivo y manejado corruptamente) y un sistema impositivo complejísimo con un alto nivel de fraude (que han colaborado a acrecentar sucesivas amnistías fiscales). Una política fiscal que ha acumulado en los últimos años un 123% de deuda pública sobre PIB, que es insostenible. El problema de Italia es Berlusconi y lo que significa, no Ferrari, es su política, no su economía. De hecho, el único problema económico de Italia es lo cara que le sale ese arte, ese espectáculo, ese deporte que es su política. Una política que tendrán que reformar porque no creo que puedan mantenerla. Lo bueno es que, pueblo viejo y sabio como son, ellos lo saben. Lo malo es que los que han escogido (Bersani, Berlusconi y Grillo) no creo que sean los más adecuados para hacerlo. 

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