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lunes, 6 de octubre de 2014

Podemos

El fenómeno político más interesante en España en los últimos meses es, indudablemente, el crecimiento de Podemos. Un hecho que para muchos es algo original y que, sin embargo, es tan antiguo como muchas de las ideas que el movimiento promueve. 

Podemos es el resultado de la confluencia de las dos crisis que está viviendo nuestra sociedad. Sin una crisis económica como la que estamos viviendo y, sobre todo, sin una tasa de paro como la que tenemos, sin esos fenómenos dramáticos de desahucios, las colas ante los comedores sociales, el deterioro de las condiciones de los barrios marginales o las llamadas de auxilio de las oenegés, el fenómeno Podemos no tendría suelo en el que nacer. Pero siendo este el suelo, el agua que lo hace crecer es la crisis política. Sin esa percepción de corrupción generalizada que la ciudadanía tiene (y que se acrecienta cada día), sin el despilfarro, sin esas connivencias de los partidos con los corruptos, sin esa sensación de que "son todos iguales", Podemos no tendría capacidad de expansión. Podemos es, pues, la encarnación de estas dos crisis y, en especial, del fracaso de nuestra clase política en el tratamiento de las consecuencias más duras de la crisis y en su propia incapacidad para regenerarse, pues nadie les votaría si viviéramos en una economía de pleno empleo y en una democracia sin corrupción. 

El crecimiento vertiginoso de Podemos tiene, sin embargo, su oxígeno en una estrategia de márketing, basado en la televisión y en las redes, de una inmensa eficacia. Podemos podría haberse quedado en poco más que una continuación del movimiento 15-M, si no llega a ser por el aire que, permanentemente, le ha dado la Sexta y por su capacidad para manejar las redes sociales. 

Los partidos políticos tradicionales no saben qué hacer con Podemos, sencillamente, porque no lo entienden. Da la sensación de que el PP no considera a Podemos un problema porque creen que divide a la izquierda, y porque están convencidos de que puede ser un elemento para movilizar a parte de su electorado, ante el temor de una victoria de la "izquierda radical". La reacción del PSOE no ha sido tanto por el crecimiento de Podemos cuanto por sus problemas internos, pero hay cosas en las que lo están imitando (presencia en la televisión, telegenia de su líder, márketing digital, etc.), y, en cuanto a sus relaciones, no saben qué hacer: si acercarse, con lo que perderían el electorado de centro que tuvo alguna vez, o alejarse, dejando toda la izquierda para IU y Podemos. 

Para IU, Podemos es la competencia directa en su espacio ideológico, con la ventaja de Podemos de tener un márketing más moderno, contar con Pablo Iglesias, también muy telegénico (ante lo que ha reaccionado apostando por Alberto Garzón, otro galán) y no ser un partido clásico (aunque IU no se vea así). 

Podemos no es, pues, y salvo que se organice en partido, una parte estable del sistema político, sino una distorsión del mismo. Una distorsión que crece y puede llegar a ser un actor importante en la vida pública, en la medida en la que no se vayan conteniendo los efectos negativos de la crisis económica y no haya una verdadera regeneración en los partidos tradicionales. Y una influencia real de Podemos en nuestra política, más allá de provocar la reacción, puede ser muy peligrosa para todos (también para aquellos que ya están mal con el sistema actual), sencillamente, porque las propuestas económicas de Podemos no resisten más allá del primer choque con la realidad (y son tan añejas como el marxismo de finales del XXI), y sus propuestas de organización política son, sencillamente, inviables. 

Podemos es, en el fondo, una edición actualizada y simplificada de los viejos movimientos revolucionarios del siglo XIX. Un anacronismo que refleja la crisis profunda de nuestra sociedad y no es, desde luego, una solución a esa crisis, sino un peligro. Un profundo peligro. 

6 de octubre 2014 

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