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lunes, 12 de enero de 2015

El mensaje de Charlie Hebdo

Los atentados terroristas en Francia de la semana pasada no solo son graves por la muerte violenta de 20 personas. Son graves por lo que significan y por sus consecuencias. Todo acto social, entendido en sentido amplio, es, como sostiene Habermas, un acto comunicativo, que podemos analizar considerando que hay un emisor, un mensaje con información, un receptor y un contexto que permite darle significado. Comprendido ese significado, el mensaje tiene consecuencias. Todo acto social, y más de la gravedad del que ha ocurrido, tiene, pues, consecuencias políticas, sociales y económicas, sencillamente porque la vida social se altera. 

El emisor del mensaje de la semana pasada es uno de un conjunto de grupos violentos (Al-Qaeda, GIA, Hezbolá, etc.) cuyo origen no está solo en Oriente Próximo, donde realizan sus acciones más brutales (aunque nosotros solo les prestemos atención cuando nos afecta a nosotros), sino también en nuestras propias sociedades occidentales. Unos grupos violentos que comparten una ideología totalitaria, elaborada a partir de una interpretación radical del Islam. Su motivación no es religiosa, es política. La religión es para ellos una mera justificación para sus acciones, como algunas ideologías lo ha sido para otros totalitarismos, y un mecanismo de identificación con una amplia comunidad, a la que no representan. 

El mensaje que nos han dejado con la muerte de los periodistas de Charlie Hebdo es claro. Como totalitarios que son están en contra de la libertad de expresión tal y como la concebimos en las sociedades democráticas. Sin embargo, el mensaje tiene más significado si lo interpretamos dentro del contexto de los atentados terroristas más graves acaecidos en Occidente, tales como el 11-S de Nueva York, el 11-M de Madrid, el 7-Julio de Londres y este 7 de Enero en París, que han marcado la política de cada uno de los países que los han sufrido. Al escoger para sus actos violentos un símbolo (las Torres Gemelas o Charlie Hebdo) o un momento determinado (los días previos a las elecciones españolas de 2004 o en plena cumbre en el Reino Unido) nos están diciendo, además de conseguir más difusión, que su objetivo es atacar Occidente y lo que representa. Más aún, si tenemos en cuenta la guerra civil en Libia, Siria o Irak, y los atentados en Pakistán, Afganistán, India, Kenia, Líbano, etc, se puede deducir que su objetivo estratégico es la creación de un Estado Islámico totalitario, que se extienda desde Indonesia hasta Europa. Siguen en eso una pauta muy similar a la de otros grupos terroristas identitarios que, en un nivel mucho menor, hemos sufrido en pasadas décadas. La diferencia no está en la estrategia, sino en la escala, en el tamaño del conjunto de grupos y en las sociedades sobre las que operan. 

Los atentados de París no son un mensaje solo para Francia, sino para el conjunto de Occidente, aunque serán los franceses los que reaccionarán más claramente y, por eso, la sociedad que sufrirá más las consecuencias. Para empezar, habrá una inevitable subida de la islamofobia (que aprovechará el Frente Nacional de Marine Le Pen), nuevos debates sobre el laicismo y la identidad, un aumento de la seguridad y una mayor beligerancia francesa en las guerras anti-yijad en Africa y en Oriente Próximo. Puede que algo (poco) se resienta la economía francesa por las consecuencias sobre el turismo y por el aumento del gasto público en Interior y Defensa. Las consecuencias en otros países, como Alemania o el Reino Unido, serán similares a nivel político, pero son imprevisibles. 

Los atentados de París nos están diciendo con sangre que hay grupos terroristas radicales que amenazan a Occidente, a su ciudadanía y a sus instituciones. Y esto es un hecho sobre el que tenemos que reflexionar en España más seriamente e introducirlo en la agenda política, sencillamente porque somos Al-Andalus en sus libros de historia. Hagámoslo, antes de que nos lo digan con más mensajes de muerte. 

12 de enero de 2015 

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