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martes, 10 de noviembre de 2015

Yo tuve amigos catalanes

Hubo una vez que tuve amigos catalanes, algunos con apellidos compuestos con i latina y otros nacidos allí de padres andaluces. Amigos catalanes que no subrayaban continuamente su catalanidad, que eran catalanes como yo soy andaluz y otros son madrileños. 

Hubo una vez que tuve amigos catalanes con los que me identificaba porque éramos de la misma edad, habíamos estudiado en colegios parecidos, en la universidad nos habían enseñado las mismas cosas, teníamos las mismas películas favoritas y parecidos gustos musicales (ellos cantaban Jarcha o Triana y nosotros a Llach y la Companya Eléctrica Dharma), vestíamos vaqueros y nos gustaban las mismas comidas. Entre nosotros, la diferencia era más de matices: Barça o Betis (o Real Madrid o Sevilla); Rioja o Penedés, pero siempre cava para brindar; aguas bravas del Atlántico o azules y transparentes del Mediterráneo. No nos distinguíamos más de lo que se distinguen los amigos de la misma pandilla. De hecho, sólo notábamos la diferencia en el acento con el que hablábamos en castellano y la usábamos para reírnos los unos de los otros. Ellos no eran capaces de imitar el acento andaluz, mientras que nosotros sí podíamos hacer chistes de catalanes. 

Hubo una vez que tuve amigos catalanes que creían en cosas parecidas a las mías, que eran demócratas, liberales o socialistas, todos con preocupación social, culturalmente cristianos (unos más creyentes que otros, incluso algún ateo), europeístas de vocación y convencimiento. Unos éramos más germanófilos y anglófilos en nuestras referencias culturales y otros más francófilos, pero todos nos sentíamos parte de la misma Europa cultural. 

Hubo una vez que tuve amigos catalanes que trabajaban en las mismas empresas que nosotros: en la Caixa, en la Seat, para la Procter, para la Nestlé. Que eran profesores de instituto o de universidad o mecánicos o empresarios, con los mismos problemas y realidades que nosotros. 

Hubo una vez que tuve amigos catalanes que eran iguales que nosotros, que lo único que nos diferenciaba era que eran, casi por naturaleza, bilingües. Y no le dábamos a eso más importancia que al que era bilingüe porque su madre era italiana, porque todos teníamos que aprender inglés o alemán para salir de España. 

Hubo una vez que tuve amigos catalanes que votaron a líderes políticos que hicieron una lectura torcida de la historia y de las leyes, y les dijeron que pagaban más impuestos que nosotros, que nosotros éramos unos vagos gorrones, que porque eran la primera economía de España, y estar más cercanos a Europa, eran más europeos y tenían derecho a tener más que los demás. 

Hubo una vez que tuve amigos catalanes y hoy ya no los tengo porque dejaron de hablar conmigo, se creyeron lo que les decían sus políticos, y construyeron un discurso en el que sólo se le puede demostrar el cariño que les tenía si uno está dispuesto a ver lo que nunca vio: que eran diferentes. 

Hoy ya no tengo amigos catalanes porque, para que sean mis amigos, tengo que comprarlos o halagarlos, porque ellos han decidido que yo los maltrato y que la culpa de su tasa de paro es nuestra. 

Hoy ya no tengo amigos catalanes porque si les digo que no veo que tenga que haber diferencias entre nosotros porque ellos hablen catalán, me toman por un rancio fascista, cuando hace sólo unos años soñábamos con un partido europeísta en que hubiera italianos, franceses, alemanes, de todas las nacionalidades. 

Hoy ya no tengo amigos catalanes sencillamente porque ellos ya no me ven como amigo suyo, sino, todo lo más, como un socio necesario. Por eso, porque ya no nos vemos como amigos, sino como socios, y sus hijos no serán amigos de mis hijos, estoy dispuesto a negociar amigablemente una separación. Eso sí, sin imposiciones por su parte y guardando las formas y la legalidad. 

Es una pena, pero hubo una vez que tuve amigos catalanes... y hoy ya no los tengo. 

9 de noviembre de 2015 

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