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martes, 10 de julio de 2012

Dos nadas europeas

Las dos semanas pasadas, las instituciones europeas que deben tomar decisiones sobre la política económica para salir de la crisis económica europea (de la que la española es solo una parte, y es causa y consecuencia) volvieron, como viene siendo habitual, a decepcionar. 

El Consejo Europeo, el "Gobierno de Europa", se reunió en Bruselas el 28 pasado bajo la amenaza de la "desaparición del euro" y, tras un acuerdo para reformular las instituciones (dentro de unos años), una discusión jurídica sobre los fondos de rescate y la creación (para el año que viene) de un supervisor bancario, hicieron la enésima declaración rimbombante de "paso en la construcción europea", que todos tradujeron a las opiniones públicas de sus países de origen como una "victoria" del país sobre el resto. Es decir, los políticos van a Bruselas, toman una decisión sobre lo que van a hacer dentro de un año, componen un discurso que es un canto a Europa y, luego, de vuelta hacen otro canto que niega a Europa. Tanto que el mismo lunes 2 de julio, los gobiernos de Finlandia, Austria y Holanda se desmarcaron de lo que habían pactado el día 28. Y el de Alemania matizó mucho su posición (la situación de la Sr. Merkel es cada vez más débil), con lo que el mismo miércoles, día 4, tras los debates en clave interior, ya habíamos vuelto más o menos a la situación anterior de la cumbre. Los Consejos Europeos cada vez sirven para menos porque allí no van europeístas, sino nacionalistas miopes, que todo lo traducen en política interna. Por eso, los Consejos se convierten, una semana después de celebrarse, en nada. 

Lo malo no ha sido solo que el Consejo cosechara otro fracaso en política fiscal y no tomara medidas de urgencia reales para salvar la crisis de deuda de los grandes países periféricos, es que el jueves de la semana pasada, día 5, el Banco Central Europeo bajó los tipos de interés en el 0,25%, dejando el principal en el 0,75%. Y, como es costumbre, el gobernador del Banco Central Europeo, el Sr. Draghi, dio las correspondientes explicaciones en las que reconocía que: primero, no hay expectativas de tensiones inflacionistas en la eurozona; segundo, que la economía europea no crece; tercero, que hay graves problemas en los mercados financieros que "pueden afectar" al crecimiento económico (de hecho ya lo hacen); y, cuarto, que los mercados de crédito están cerrados. Y, tras reconocer la gravedad de la situación, sostiene que se han bajado los tipos y que no se van a tomar más medidas. Con lo que la bajada de tipos sirve para muy poco, porque el problema de la política monetaria en Europa no son los tipos (que también los son), sino que no existe transmisión monetaria, es decir, que el dinero no llega a los consumidores finales (empresas y familias) porque los bancos no se prestan y no prestan. Dicho de otra forma, el Banco Central Europeo toma una medida que sabe que es ineficaz por causas que reconoce ¡y el Sr. Draghi no ve necesario tomar medidas excepcionales! Solo una dogmática visión de la política monetaria de clásico origen Bundesbank (inútil como todos los dogmatismos), el cálculo político de acaparar más poder cambiando una política más flexible por nuevas competencias (como la supervisión última del sistema financiero), una aversión muy fuerte al riesgo de equivocarse (algo que ya hace) o un intento de ganar reputación de estricto pueden explicar una política monetaria tan cínica. Una política monetaria que no tendrá casi ningún efecto en las economías con problemas. 

Y en medio de estas dos nadas europeas, la economía española sigue debatiéndose con sus enfermedades de deuda y paro. Unas enfermedades que las decisiones europeas no empeoran, si acaso alivian, pero que, desde luego, no curan. Unas enfermedades que tendremos que tratarnos solos porque la esperanza de que desde Europa venga la solución se va diluyendo en la nada.

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