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lunes, 15 de octubre de 2012

Independencia (vista desde Castilla)

Visto desde Córdoba, o desde cualquier otro de los viejos reinos de Castilla, el discurso independentista catalán es relativamente simple. 

Los nacionalistas dicen, en primer lugar, que quieren la independencia porque los demás no los apreciamos. Para demostrarlo suelen aportar que, desde Pi y Margall (1873), no ha habido ningún presidente catalán. Y quizás la causa, más que en la desafección, esté en que casi todos los que nos gobernaron, hijos de la burguesía provinciana, emigraron a Madrid a estudiar y allí empezaron su carrera política, mientras que los catalanes no lo hacían. Quizás porque tenían otros intereses. 

En segundo lugar, los nacionalistas catalanes quieren la independencia porque, según ellos, pagan más impuestos que los demás. Y eso es falso. Porque ni el IVA, ni las Contribuciones Sociales, ni el Impuesto de Sociedades son más altos en Cataluña que en el resto de España. Y, en el IRPF, el tramo estatal es el mismo para todos, y sólo su tramo autonómico es más alto porque así lo ha decidido la Generalitat. Si la familia catalana media paga más impuestos, en términos absolutos, no es por ser catalana, sino porque tiene salarios y rentas más altas. O sea, porque el sistema tributario es progresivo y ellos más ricos. 

En tercer lugar, los nacionalistas catalanes se quieren ir porque dicen que reciben menos gasto público per capita que los demás. Lo que es sólo una media verdad. Los catalanes tienen un nivel de servicios públicos mucho mejor que la media. De hecho, per capita, el gasto en sanidad y educación es de los más altos del país (más de un 10 y un 13% por encima del andaluz) por la sencilla razón de que sus funcionarios están mejor pagados que la media. Si el gasto público total per capita es similar a la media nacional es porque la otra componente del gasto, las transferencias, son mayores a otras regiones, como Andalucía, porque tienen una tasa de paro que es el doble que la catalana. 

El cuarto argumento para la independencia es que lo que aportan (por impuestos) es más de lo que reciben (por gastos). Lo cual es lógico en un estado del bienestar en el que los impuestos son progresivos, por lo que los ricos pagan más en porcentaje, y los gastos públicos son generalizados, con transferencias a los más débiles, por lo que los pobres reciben más. La desproporción se produce, y es tanto mayor, cuanto mejor sea la función distributiva del Estado. El que en Cataluña se recaude más y se gaste menos de lo que se recauda es fruto de un estado del bienestar redistributivo y no de una discriminación por ser Cataluña. 

O sea, que, en esencia, los nacionalistas (de cualquier ideología) quieren la independencia por puro interés económico. Ante esto, que es legítimo, los demás tendríamos que hacer como ellos y defender nuestros intereses, sin sentimentalismos. Y lo que nos interesaría más, conscientes de que perdemos todos mucho, es minimizar las pérdidas, con una Cataluña fuera de la Unión Europea (y del euro). Así, sus productos tendrían que pagar aranceles para entrar en el mercado español y obligaríamos a muchas empresas, nacionales y multinacionales, radicadas hoy en Cataluña, a escoger entre un mercado de 40 millones de consumidores (con salarios más bajos, sin aranceles en Europa y moneda estable) y otro de 7,3 fuera de la Unión y sin moneda propia, pero a la que no pueden renunciar a corto por las deudas en euros. Puestos a perder busquemos una solución que nos perjudique a nosotros menos. Por lo demás, y a título personal, estoy ya tan harto del permanente victimismo de una región rica, que no creo que merezca la pena negociar y, menos, cambiar la Constitución, salvo para posibilitar la independencia. Por eso sugiero que hagan el referéndum y, si ganan los independentistas, se vayan. Seríamos todos mucho más pobres, pero- se habría resuelto el viejo problema catalán. 

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