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lunes, 5 de mayo de 2003

Los retos de Lula

Hace más de cuatro meses que Luiz Inacio Lula da Silva tomó posesión de la presidencia de uno de los países más fascinantes del planeta. Con un territorio diecisiete veces el de España y una población de 170 millones de personas, la economía brasileña tiene un producto interior bruto similar al español y una renta per capita de alrededor del 30% de la nuestra. Brasil tiene, además, unos ingentes recursos naturales, una contrastada capacidad tecnológica en algunos sectores y las posibilidades de un inmenso mercado. Pero estas posibilidades se ven lastradas por los, también, inmensos problemas sociales y económicos: grandes bolsas de pobreza, deuda externa, presión sobre la selva amazónica, megaurbes, corrupción. Problemas cuyo principal origen es el problema estructural de Brasil: una de las más desiguales distribuciones de la renta del mundo. Y es precisamente este problema el que impide a esta economía desarrollar sus posibilidades. Resolverlo y desarrollarse como la potencia que puede ser es el reto al que se enfrenta Luiz Inacio Lula da Silva. 

Luchar contra estos problemas pasa, como en tantos otros países, por alcanzar tres objetivos relacionados: conseguir una estabilidad política que permita construir un verdadero estado de derecho y una eficaz administración, libre de corrupción; generar confianza en todas las capas sociales, desde los empresarios internacionales hasta los marginados, de tal forma que aumente la inversión; y, finalmente, diseñar correctas medidas de redistribución que vayan modificando la estructura de distribución de la renta, lo que a su vez potencia el estado de derecho y el crecimiento económico. 

Las primeras medidas de Lula en estos cien días han sido esperanzadoras, tanto en los gestos políticos como en las acciones concretas. El nombramiento de su heterogéneo gobierno, en el que se mezclan artistas con financieros, la gira por los Estados más pobres, la cancelación de la compra de aviones militares y la campaña de lucha contra el hambre han sido cuatro importantes y espectaculares gestos con un fuerte contenido político. En cuanto a la política económica, en manos de Antonio Palocci, los objetivos son tan ortodoxos que sorprenden en un líder obrero: la lucha contra la inflación y el control de las cuentas públicas. Para controlar la inflación, Palocci ha tomado dos medidas que han sorprendido y que están causando fuertes presiones en el Partido de los Trabajadores: la primera, conceder la independencia al Banco Central y nombrar a Enrique Meirelles, un banquero privado, su gobernador, con lo que la política monetaria ha sido la de subir los tipos de interés hasta el entorno del 26%, diez puntos por encima de la inflación; y, en segundo lugar, congelar los gastos públicos no esenciales y reformar tanto la Seguridad Social, eliminando las altas pensiones de antiguos funcionarios públicos, como el sistema tributario, endureciendo la progresividad impositiva. En el frente de la redistribución, además de las medidas anteriores de indudables efectos redistribuidores, y con un objetivo de dinamizar la economía a través del consumo, las dos medidas estelares han sido la subida del salario mínimo en algo más del 20% y el proyecto de hacer propietarios a los pobladores de las favelas. El resultado inmediato de estas medidas ha sido la ralentización del crecimiento de la inflación a pesar de los contradictorios efectos a corto plazo de algunas de las decisiones; la estabilidad del real lo que favorece las exportaciones y reduce el saldo exterior; la generación de expectativas muy positivas en los inversores internacionales, por la credibilidad de la política monetaria y fiscal; y, finalmente, la aceleración de la tasa de crecimiento económico, debido al tirón del consumo y de la inversión, hasta el entorno del 3%. 

El éxito de Lula, en el que se juega su futuro político y el de Brasil, depende de cuatro factores claves: de su pragmatismo y su capacidad de luchar contra el dogmatismo de su partido; de su idea de reforma del Estado brasileño y de su capacidad para cambiar a los poderes fácticos brasileños; de su diplomacia y de capacidad para genera confianza internacional en su proyecto; y, finalmente, de la eficacia de las medidas concretas de redistribución. Si tiene éxito veremos el nacimiento de una nueva potencia de rango mundial. Si no lo logra al menos le quedará el consuelo de ser siempre una potencia en ese sucedáneo de realidad que es el fútbol. 

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