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martes, 22 de abril de 2003

Las consecuencias de Mr. Bush

Uno de los más finos teóricos de la política del siglo XIX, Alexis de Tocqueville, escribió un libro, De la democracia en América, que constituye, aún hoy más de ciento cincuenta años después de su publicación, uno de los mejores análisis de las ideas esenciales que conforman el sistema político norteamericano. 

Tocqueville subrayaba cuatro hechos para explicar el nacimiento y la consolidación de los principios democráticos en los Estados Unidos: en primer lugar, la sujeción de los poderes públicos a la ley, es decir, la existencia de un estado de derecho; en segundo lugar, la separación de poderes y los equilibrios de poder entre ellos; en tercer lugar, la tolerancia y libertad en el debate político; y, finalmente, y en cuarto lugar, la igualdad de los ciudadanos ante la ley y entre ellos, debido la inexistencia de aristocracia y de grandes desigualdades educativas y la muy igualitaria distribución de la renta, fruto de la relativamente igualitaria distribución de la tierra. La sujeción de los poderes públicos a la ley se la deben los norteamericanos a sus antepasados británicos, que libraron una guerra civil para establecer la primacía del Parlamento sobre el Rey, y al fuero que defendieron en su propia guerra de independencia, sintetizado en el grito de la rebelión de 1773: No impuestos sin representación. La separación de poderes y los equilibrios de poder de la democracia norteamericana tienen su origen en las desconfianzas que todo poder político despertaba en los Padres de la patria norteamericana. Para evitar la tiranía diseñaron instituciones que limitaban la arbitrariedad y el ejercicio despótico del poder garantizándose así todos su propia libertad o, mejor, sus libertades. Libertades consagradas en las enmiendas a la Constitución y que empiezan por la libertad religiosa y por la libertad de prensa. Libertades que reclaman en su simbología al grabar en sus monedas la palabra Libertad junto al perfil de Lincoln. 

Pero el debate político libre implica la tercera característica, la tolerancia. Una tolerancia hacia la libertad de opinión del otro por la que todas las posturas tienen cabida. Eso sí aceptando que el final del debate es elegir una de ellas. También de esta idea se hacen eco los norteamericanos al grabar en el reverso de la moneda de George Washington el lema: E pluribus unum, uno entre muchos. 

Y, por último, la igualdad de la distribución de la renta. Y es que para poder ser libre no sólo ha de haber ausencia de restricciones políticas, hay que no depender de nadie para cubrir las necesidades básicas. Porque toda dependencia es una suerte de dominación y la libertad sólo se ejerce desde la no dominación, la igualdad en las oportunidades de acceso a la renta es esencial para la libertad. 

Estas características han sido básicas no sólo en el desarrollo de la democracia en América, sino que han constituido, junto con los logros paralelos de la revolución francesa y los del Estado del Bienestar, la esencia del pensamiento que ha permitido ese sistema de organización política que llamamos democracia. 

Pero estas ideas se están poniendo en cuestión, cuando no atacando por la vía de los hechos. Bajo la presidencia de Mr. George W. Bush Jr., aprovechando y manipulando el shock del 11 de septiembre, se está vulnerando el estado de derecho al tener prisioneros en Guantánamo sin cargos, al aceptar la licitud de los asesinatos selectivos en el exterior y la guerra preventiva, y al romper los tratados firmados en la Carta de las Naciones Unidas. Y se vulnera la separación de poderes y se coarta la libertad y la tolerancia al imponer la censura de la prensa en la guerra de Irak por la razón de Estado, y al acusar de desleales a aquellos que no se alinean con su política. Y se está poniendo en peligro la igualdad entre los norteamericanos al aprobar una reforma fiscal que sólo favorece al 1% de la población, precisamente la más rica, multiplicando por tres las desigualdades en la distribución. Mr. Bush está poniendo en peligro la democracia en América. O lo que es lo mismo, la misma democracia que dice defender, en la que creen muchos norteamericanos y a la que, algunos, hemos llegado a amar. 

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