El año que acabamos de cerrar ha sido, para la economía mundial, uno de los mejores de los últimos veinticinco. Con un crecimiento cercano al 5%, según las previsiones del Fondo Monetario Internacional, un contexto de inflación moderado (no hay ningún país con inflación superior a los dos dígitos, salvo aquellos que están en guerra o con profundas inestabilidades), bajos tipos de interés y contención salarial por la competencia en los mercados de trabajo, la economía mundial se expande a un ritmo poco común. A pesar incluso de la inestabilidad en el Golfo Pérsico, la guerra en Irak y la escalada del precio del petróleo. La economía mundial crece y lo hace, además, más intensamente gracias al impulso que tres países, Estados Unidos, China e India, están viviendo.
Pero estas buenas noticias sobre la economía mundial en este año que ha terminado no pueden ocultarnos que este crecimiento se ha cimentado sobre algunos desequilibrios que nos van a empezar a causar más de un problema este año de 2005. En primer término y como motores primeros, los dos profundos e importantes desequilibrios, déficit público y déficit exterior, de la economía norteamericana. Y es que la economía norteamericana, que sigue siendo más del 20% de la economía mundial, crece porque está siendo estimulada por un descomunal déficit público. De hecho, si se detrajera de su tasa de crecimiento el déficit público, el crecimiento real norteamericano sería sólo unas décimas superior al cero. Su demanda interna crece a un ritmo significativo porque las familias norteamericanas, al igual que su Gobierno, se están sobreendeudando por los bajos tipos de interés, pero parte de este crecimiento se está filtrando al exterior a través del también descomunal déficit exterior. Estos déficits gemelos implican unas fuertes necesidades de financiación, tanto pública como privada, lo que sumado a los bajos tipos de interés determinan una cotización del dólar a la baja, a pesar de las declaraciones de las autoridades norteamericanas de que desean un dólar fuerte y de las veladas intervenciones del Banco Central Europeo y del Banco de Japón. Y un dólar débil supone que la moneda china también es débil, por estar ligada su cotización al dólar, con lo que los desequilibrios a favor de China siguen aumentando, no se termina de resolver el problema de la balanza de pagos norteamericana y se agrava la situación de Japón y Europa, ante la competencia china y la fortaleza de sus propias monedas. La economía norteamericana crece, pero con serios desequilibrios internos que producen crecimiento en otras economías, a la vez que generan desequilibrios globales. Crecemos, sí, pero con inestabilidades inducidas por la errónea política fiscal del presidente Bush, de aumento del gasto público (especialmente el militar) y de bajadas de impuestos (especialmente para los más ricos). Y crecen, sí, China e India, lo que es bueno en términos globales porque son países de baja renta, aunque eso no quiere decir que disminuyan las desigualdades, porque no sabemos cómo se está repartiendo en el interior de esas economías este crecimiento. Pero crecemos con tan importantes desequilibrios que el peligro de una recesión mundial en un plazo no muy lejano no es impensable.
El problema es que esta recesión es más probable porque los desequilibrios mundiales que nos pueden llevar a ella los están causando los norteamericanos, y ni se levantan voces para pontificar ahora sobre la bondad del equilibrio, ni Rodrigo Rato, desde el FMI, se atreve más allá de una leve recomendación. Es curioso lo que puede el poder, porque no me quiero ni imaginar lo que dirían los medios económicos internacionales y el FMI si otros tuvieran los mismos desequilibrios. Desequilibrios que serían menos peligrosos.
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