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lunes, 26 de septiembre de 2005

Elementos para gobernar

El clamoroso fracaso de la Asamblea de la ONU de las últimas semanas, la profunda parálisis en la que está sumida la Unión Europea desde hace meses y la desastrosa gestión de los daños del Huracán Katrina nos deben hacer reflexionar sobre la esencia de la acción del gobierno, sobre la aplicación de la política a los problemas de las personas. Y es que para resolver problemas, ampliar los derechos de los ciudadanos (que es lo mismo que ampliar la libertad), dotar a las personas de al menos un mínimo para vivir dignamente y resolver los conflictos son necesarios cuatro elementos clave e isojerárquicos: instituciones eficaces, objetivos claros, recursos humanos y materiales suficientes y poder político (que, a la postre, es poder de coacción). Cuatro elementos tan esenciales e interrelacionados que de faltar alguno es imposible llevar a cabo políticas que sirvan a los ciudadanos. Cuatro elementos que constituyen la arquitectura de ese edificio abstracto que podemos llamar Estado. 

Así, la ONU no puede cumplir con sus claros y cuantificados objetivos, como por ejemplo los del Milenio de Lucha contra la Pobreza, porque es una institución muy débil, no puede movilizar suficientes recursos para alcanzar sus objetivos y carece absolutamente de poder político. De hecho, es una institución en la que las decisiones, por derecho de veto de los cinco vencedores de la 2ª Guerra Mundial y la composición del Consejo de Seguridad, no se toman pensando en el conjunto de la Humanidad, sino en los intereses de los "Grandes", que, además, pueden castigarla sin recursos, como hizo Estados Unidos, y desafiar sus normas o leyes, como hacen abiertamente todos los grandes. Desde esta perspectiva está claro que si no hay una profunda reforma de la ONU, democratizando su funcionamiento, aportando recursos para su funcionamiento y políticas y cediendo poder soberano para que pueda implementarlas, nunca cumplirá ningún papel relevante en los sangrantes problemas del mundo. 

La Unión Europea, por su parte, tiene una institucionalidad compleja, aunque alejada de los ciudadanos por la ausencia de interés de los Estados en ceder soberanía. Sin embargo, esta sólida (y mejorable) institucionalidad está siendo lentamente vaciada de contenido, porque hay interés en impedirle tener unos objetivos políticos ambiciosos, hay una tendencia a recortar sus recursos y, desde luego, se hacen esfuerzos para limitar su poder coactivo. De ahí viene la incapacidad de gobernar la política económica de la Unión, de obligar al cumplimiento del Pacto de Estabilidad, de oponerse a las veleidades económico nacionalistas de algunos países, o de poner en marcha ambiciosos proyectos como la Agenda de Lisboa. 

Los Estados Unidos sí son un Estado. Tienen instituciones sólidas, objetivos claros, recursos suficientes y poder político. Su problema es que, desde la llegada al poder de los ultraliberales neocons han debilitado sus instituciones federales, han desviado recursos para el servicio de intereses particulares y han usado tarde en la emergencia el poder coactivo del Gobierno, lo que ha puesto de bruces a su opinión pública ante la realidad del deterioro institucional que han ido viviendo sin saberlo. 

De esta incompleta e inconclusa reflexión se pueden extraer algunas lecciones sobre nuestra realidad política, sin más que preguntarse si el proceso constitucional en el que estamos inmersos refuerza las instituciones políticas comunes, tiene objetivos claros, genera más recursos para el conjunto o permite un más eficaz ejercicio del poder. Pero no sé si es demasiado técnica o desalentadora para nuestro, de momento, común Gobierno. 

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