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lunes, 2 de junio de 2014

Reindustrializar

Una de las partes de la política económica más olvidadas en los últimos años son las políticas sectoriales. En realidad, desde finales de los ochenta, los sucesivos gobiernos no han tenido documentos de orientaciones sobre las políticas sectoriales que les permitieran saber qué hacer con muchos sectores. 

Así, la política agraria española ha sido, desde 1986, una mera adaptación a la política agraria europea, sin que el Ministerio haya tenido mucho más que hacer que trasponer directivas comunitarias y luchar por el reparto de las subvenciones. Por su parte, la política energética ha estado normalmente controlada por el oligopolio de las grandes compañías eléctricas dando como resultado una de las tarifas eléctricas más altas de Europa y uno de los sistemas más caóticos del mundo industrializado. El sector turístico no ha resultado más ordenado, pues la cesión de las competencias a las comunidades autónomas ha tenido como consecuencia una competencia por el turismo de sol y playa, que, además de producir parte del boom inmobiliario, ha derivado en no pocos de los desmanes que se han cometido en la costa española en la última década. Del sector de la construcción, mejor casi no hablamos, mientras que el sector industrial ha sido el gran olvidado. 

Y es que desde que se enunciara aquella idea de que "no hay mejor política industrial que la que no existe" a finales de los ochenta, los sucesivos gobiernos han sido completamente insensibles a la necesidad de contar con un fuerte sector industrial. Un fuerte sector industrial que es el verdadero motor de cualquier economía moderna. Y ello porque es el sector con más alta productividad media, es el que mejor integra la cadena de valor, es el que más conocimiento incorpora, la principal fuente de innovación en una economía y, finalmente, porque suele generar puestos de trabajo más estables y de mejor nivel salarial medio que el resto de los sectores. Frente a la agricultura, el turismo o el comercio, el sector industrial presenta una serie de ventajas que lo hacen imprescindible para una economía del tamaño de la economía española. 

Hacer una política industrial clásica, consistente en favorecer la instalación de empresas industriales en un determinado territorio (como hizo el País Vasco o Cataluña en los noventa), no es posible en el marco de la Unión Europea. Sin embargo, sí se puede hacer política industrial a partir de distintos instrumentos de política macroeconómica y sectorial. Para empezar, el Gobierno debería considerar seriamente una reducción significativa de las cotizaciones sociales, no solo para reactivar el sector industrial, una parte importante de nuestra industria desapareció en los ochenta y noventa por la deslocalización industrial debido al crecimiento de nuestros costes laborales, sino el conjunto de empleo. Por otra parte, dado que toda industria tiene su fundamento en algún invento ("patente"), bien de productos, bien de procesos, la inversión en I+D y en trabajadores de alta cualificación ha de incentivarse, ya sea con una modificación del Impuesto de Sociedades, ya sea con una ley de mecenazgo que favorezca la investigación, la Formación Profesional y las Universidades. Más aún, mucho puede hacer el Gobierno por la industria si resuelve de una vez por todas el lío energético, pues uno de los principales costes de la industria es precisamente la factura eléctrica. 

Finalmente, un sector industrial moderno ha de tener empresas en todos sus subsectores (agroalimentario, metálico, eléctrico, transporte, etcétera), industrias basadas en cada una de las oleadas de innovación que, desde la Revolución Industrial, se han sucedido. 

Pero no puede vivir solo de éstas, sino que ha de generar oportunidades para la creación y el desarrollo de empresas en sectores de futuro, tales como la robótica, las energías alternativas, las medioambientales, las biotecnológicas, las de materiales o las de ingeniería médica. 

Mucha, demasiada industria, hemos perdido en los pasados años y de ello nacen algunos de nuestros males. Quizás sea el tiempo de empezar una nueva fase de reindustrialización. 

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