Páginas

lunes, 11 de agosto de 2014

Guerras y conflictos

A un siglo del inicio de la guerra que iba a acabar con todas las guerras, la primera parte de esa guerra que duró treinta años y que llamamos Guerras Mundiales, y que realmente lo que hizo fue acabar con más de 50 millones de personas, con una concepción liberal y progresista del mundo y con el dominio europeo del planeta, el concepto de guerra se ha transformado. 

Ya no es solo el enfrentamiento violento y armado entre dos ejércitos de dos estados o dos legitimidades políticas por el dominio de un territorio y la población que sobre ella se asienta. Ya casi no hay guerras entre armadas, aviaciones o divisiones de carros en batallas terrestres. Desde la última guerra del Golfo, hace más de 10 años, no hemos asistido, que yo recuerde, a ninguna otra guerra clásica. Parece como si las fronteras, tras el nacimiento de Sudán del Sur, y con la salvedad de la invasión de Crimea y Ucrania por los rusos, estuvieran más o menos estables. Aunque sean fronteras armadas y, a veces, no reconocidas, como la de las dos Coreas o las de la India y Pakistán, por ser líneas de separación de guerras inacabadas desde hace más de 50 años. 

En estos tiempos lo que hay son guerras civiles (¿qué guerra no lo es?, habría que preguntarse) y asimétricas. Guerras en las que un grupo se organiza y levanta, con apoyo exterior o no, frente a un Estado más o menos articulado y más o menos armado, para hacerse con el control de un territorio y su población dentro de unas fronteras determinadas. Guerras en las que un grupo opositor, con algunas características que lo cohesionen (étnica, religiosa, ideológica o, simplemente, el puro interés económico), quiere imponer su dominio llegando a la eliminación física del contrario, para generar una sociedad relativamente homogénea, en todo o en parte del territorio. 

Cuando la situación es tal que ninguna de las dos partes puede llegar a alcanzar su objetivo, porque no es posible la desaparición del otro, se dan las situaciones de conflicto estable o de guerra inacabada. Una situación en la que cada lado controla una parte del territorio y de la población, una de ellas detenta el reconocimiento internacional explícito (y la otra algún tipo de reconocimiento implícito) y ambas partes invierten la mayoría de sus esfuerzos y recursos en defenderse, comprometiendo su desarrollo por generaciones. Si atendemos a la definición clásica de Estado de Max Weber como un "monopolio de violencia legítimo sobre una población que se asienta en un territorio", se puede decir que las situaciones de conflicto estable delimitan dos Estados de facto en unas fronteras delimitadas o un Estado fallido. Es la situación actual de no pocas zonas del planeta: Libia, Irak, Siria, Afganistán, Somalia, Yemen o Sudán del Sur. Una situación que casi se puede decir que es la misma que vive Israel y Palestina. En ese sentido se puede decir que Israel, aunque es una economía desarrollada y un Estado que decimos democrático, es un Estado fallido. 

El problema de estas guerras modernas, de conflictos inacabados o de los estados fallidos, no son solo las víctimas civiles o la pérdida de bienestar, su coste en vidas humanas o en recursos. El principal problema es que a medida que pasa el tiempo es más difícil que se resuelvan por la simple razón de que, en ambos bandos, se organizan grupos de poder que obtienen réditos de la situación. Detrás de todos los conflictos que he citado más arriba hay grupos de poder (militares y grupos políticos, industrias de armas, potencias extranjeras, grupos de traficantes de personas o de drogas, etc.), grupos que luchan contra el enemigo, al tiempo que lo necesitan. 

Por eso, son conflictos que, salvo interés de grandes potencias, sencillamente, no tienen, en las circunstancias actuales de gobernanza de la Humanidad, ninguna solución. Por eso, estos conflictos son tristemente recurrentes. 

11 de agosto de 2014 

No hay comentarios:

Publicar un comentario