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lunes, 7 de noviembre de 2016

Elecciones desquiciadas

No sé quién ganará las elecciones norteamericanas mañana. Probablemente, la señora Clinton. Pero no sé si esto es más un deseo que una realidad, pues las últimas encuestas que se están publicando en los medios americanos le dan solo entre 5 y 9 puntos de ventaja global, que luego hay que desgranar por Estados, pues el voto popular no es directo, sino a través del colegio de compromisarios, por lo que hay que ganar en los grandes Estados y en muchos pequeños. Todas las personas con las que he hablado en los Estados Unidos la última semana confían en esa victoria, pero no dejan de tener un punto de fatalismo, por las desquiciadas elecciones que se están viviendo. Probablemente ganará la señora Clinton. Frente a la victoria del presidente Obama de hace ocho años, que despertó una ola de entusiasmo, la posible victoria de Clinton no genera ninguno. La señora Clinton es, desde luego, una política muy preparada: máster por Yale, abogada, primera dama de un Estado y en la Casa Blanca, senadora, secretaria de Estado. Seguramente hay muy pocas personas en los Estados Unidos que tengan el conocimiento y la experiencia de la señora Clinton para ser presidente. Su mensaje es, además, muy moderado dentro del Partido Demócrata. Clinton es una demócrata del MidWest-Costa Este, lo que significa, en términos europeos, que sus posiciones son progresistas en temas sociales (aborto, pena de muerte, armas), pero liberales en temas económicos. Con la salvedad de los acuerdos comerciales, en los que ha tomado una postura restrictiva a la que le han llevado las primarias contra el senador Sanders, más antiglobalización, sus propuestas tienen un fuerte sello continuista con la presidencia de Obama. Su campaña se ha dirigido especialmente a los mismos grupos que auparon a la presidencia a Obama: las mujeres, las minorías raciales (afroamericanos e hispanos), las clases populares de las ciudades, los jóvenes, etc. a los que habría que sumar las clases medias universitarias de todo el país. El problema es que la señora Clinton, siendo una muy buena candidata y con un buen planteamiento de las elecciones, ha hecho una campaña demasiado clásica, demasiado «lo de siempre», especialmente ante un candidato antisistema como es Donald Trump. 

Donald Trump es, precisamente, lo contrario a la señora Clinton, pues es un «outsider» de la política. Empresario de éxito relativo, pues suspendió pagos en 1989, es uno de los tiburones inmobiliarios de los Estados Unidos, especializado en hoteles y casinos. Asiduo de la prensa del corazón por sus sonados matrimonios y líos, protagonista de un «reality show», Trump es una especie de Jesús Gil, americano y rubio, que cambió el fútbol por los concursos de misses. Sus propuestas en la campaña son muy simples y apelan, directamente, al imaginario más populista relacionando delincuencia con inmigración, paro con apertura, corrupción con Washington, etc. Trump ha dado una visión catastrofista de la situación americana manipulando cifras, para aparecer como un «salvador». Su mensaje se dirige, esencialmente, a aquellos que tienen un perfil más claramente nacionalista y una visión esencialista de los Estados Unidos como un país de WASP, es decir, de blancos, anglosajones y protestantes. Por clases sociales, tiene un apoyo minoritario entre las clases más pobres, pues la pobreza en los Estados Unidos va muy unida a la raza, y no tiene el de las mujeres, pero sí el de los pequeños y medianos empresarios y obreros especializados. Su eslogan de campaña es muy potente («let’s make America great again») y es un clásico, como lo es su sucia campaña que sigue al pie de la letra los manuales más cínicos y ha dislocado la campaña. 

Entre estos dos candidatos, no sé quién ganará las elecciones mañana pues depende de la participación, pero sí sé que nos jugamos mucho, porque en el desquiciado entorno en el que nos movemos lo que nos faltaba era un presidente populista como Donald Trump con una UE en coma. 

7 de noviembre de 2016 


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