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lunes, 28 de julio de 2008

Como gestionar mal una crisis

La gestión de la situación económica por parte de nuestro Gobierno es un cúmulo tal de despropósitos, que parece mentira que estén a su servicio algunas de las mejores cabezas económicas del país. Porque están cometiendo todos los errores en los que se puede caer en la gestión de una situación crítica. 

El primer error de gestión en una crisis es perder la credibilidad. Para ello lo primero que hay que hacer negar la realidad. La tasa de crecimiento de este trimestre será, seguramente, cero, con lo que bordearemos la recesión en el cambio de año. La inflación cerrará alrededor del 5%. El paro, ya en el 10,5%, se situará por encima del 11% al finalizar el año. Y el superávit público del 1% del año pasado se convertirá en un déficit superior al 1%. O sea que, en menos de un año, habremos pasado de una economía boyante a una economía estancada, en crisis. Ante esto, que se sabía que iba a ocurrir, aunque no la rapidez con que ha ocurrido, el Gobierno ha jugado el juego de las expectativas lanzando un mensaje de optimismo en un intento de contener el deterioro de la situación. El problema de este juego es que si se falla, se pierde la credibilidad. Por eso, cuando las cosas vienen mal dadas el optimismo es la peor opción. Nuestro Gobierno ha jugado este juego por razones electorales y ya no tiene credibilidad. A partir de ahora, cada vez que anuncie un mensaje optimista todos pensaremos que miente, con lo que hace más difícil la salida de la situación. 

El segundo error es actuar pensando solo en el corto plazo, es decir, actuando sobre los síntomas, no sobre los problemas. Es lo que ha hecho nuestro Gobierno con esos 6.000 millones de euros que ha costado la medida de los 400 euros. Han logrado contener el ajuste del crecimiento en unas décimas, pero no tendrá efecto a partir del próximo trimestre. Con lo que se han jugado las cartas del superávit en una medida que no solo no ha servido para nada (salvo algunos votos), sino que, además, empeora a medio plazo la solución real de los problemas, ya que no trasmite señales de rigor ante la inflación, al tiempo que deteriora la situación de financiación interna de la economía española, pues el Estado empieza a competir por el poco ahorro que hay. O sea, que no solo se juega lo poco que quedaba de credibilidad, sino que, además, agrava la situación. 

El tercer error, en el que ahora empiezan a caer, es el de las reformas histéricas. Esto consiste en que aquello que no se hizo antes se hace ahora deprisa y corriendo. El Gobierno anuncia nuevas leyes y una batería de medidas urgentes que lo único que hacen, por lo que hemos visto, es repetir lo que ya se escribió en el Plan Nacional de Reformas del año 2005, a lo que ahora hay que sumar las medidas histéricas de intervención en el sector de la construcción o de subvenciones a todo lo que se mueve. Si ya teníamos exceso de intervención y discrecionalidad, más inflación de normas y exceso de regulación, lo que genera rigidez en nuestra economía, pronto estaremos enmarañados con miles de normas contradictorias y enmarañadas. 

En definitiva, el Gobierno se ha portado como un médico que falla en su diagnóstico de una úlcera grave, y le dice al paciente que sus dolores de estómago son psicológicos. Además, le receta, con un gesto displicente, una buena dosis se aspirina y lo manda a casa. Luego, cuando la cosa se pone muy grave, no solo quiere operar la úlcera, sino, de paso, el corazón, el hígado y el intestino delgado. No creo que nadie en su sano juicio confiara en un médico así. El problema que tenemos es que este médico es el que nos va a tratar los próximos cuatro años. 

28 de julio de 2008 

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