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lunes, 12 de abril de 2004

Terrorismo

Para que haya un acto terrorista sólo es necesario que haya personas que estén dispuestas a matar y, eventualmente, a morir. Para que un acto terrorista siembre realmente el terror ha de hacerse con armas eficaces. Para que se produzca una cadena significativa de acciones terroristas, los asesinos han de tener, además, medios para subsistir, para moverse, para esconderse, para huir. Personas, armas y financiación, estos son los elementos claves del terrorismo. Las causas y los ideales se pueden inventar y la información sobre los objetivos está en internet. 

Hay mucha desesperación en los países musulmanes. La distribución de la renta es increíblemente injusta. Los negocios importantes suelen ser de la familia real o estar controlados por el grupo político gobernante. Y, frente a ellos, una población creciente cada vez más pobre. Como, además, la población crece más rápidamente que la economía, su renta per cápita se mantiene a duras penas, cuando no es decreciente. En los últimos años, la renta, además, se ha distribuido cada vez más desigualitariamente, lo que, a su vez, lastra su crecimiento. Por eso emigran, por eso tienen una alta tasa de paro, por eso hay conflictos sociales y políticos, por eso tienen jóvenes dispuestos a cualquier cosa. Y, en este contexto, los servicios básicos de educación y prestaciones sociales (y, en algunos casos, los sanitarios) se canalizan a través de las redes religiosas. Jóvenes desesperados, clérigos iluminados, con una visión de la religión y de la realidad social dual y simple, y regímenes autoritarios sostenidos por Occidente son la materia prima para que haya muchas, demasiadas, personas que culpabilizan a otros de sus problemas sociales. Máxime si perciben el doble rasero que usamos con ellos y con los israelíes. Hay muchas, demasiadas, personas dispuestas a matar y a morir en Oriente Medio. Para desactivarlas es necesario desactivar la desesperación de los campos de refugiados, de los suburbios de las grandes ciudades, de las aldeas. Y darles una posibilidad de salir de las redes asistenciales de las mezquitas y madrazas. 

Hay muchas armas en el mundo. Y, algunas, tan peligrosas como las bacteriológicas o las nucleares sucias, que nos hemos comprometido una y otra vez eliminar y que seguimos fabricando. Muchas armas, demasiadas armas. Estados Unidos, Rusia, Francia, China, Sudáfrica, Israel,... todos vendemos armas y las hacemos circular, a través de mafias (balcánicas, rusas, colombianas, chinas, norteamericanas) y de comercio de Estado. Armas baratas que llegan a las guerras de África a cambiarse por diamantes, a Latinoamérica para trocarse en cocaína, a Marruecos por hachís, a Afganistán por opio. Hay demasiadas armas sin control y demasiado comercio negro permitido por la descoordinación y la corrupción de muchas autoridades. Demasiadas armas y demasiado fácil conseguirlas. 

Y hay dinero, demasiado dinero, para financiar actos terroristas. Fortunas personales amasadas al amparo de contratos con empresas y gobiernos occidentales (como la de Bin Laden), ayudas estatales a través de ONGs y servicios secretos (Irán, Siria, Pakistán, Arabia Saudí, Libia, etc.), financiación privada de origen caritativo o cultural y beneficios de la producción y distribución de droga o petróleo, hay un inmenso caudal de dinero que nutre el terrorismo islamista presente en casi todo el mundo, desde Filipinas hasta España. Demasiado dinero y demasiados paraísos fiscales y financieros, sumideros de dinero, donde entra blanco o negro, pero que es utilizado para teñirlo de rojo en actos de terror. Con la connivencia de autoridades y bancos que todo lo permiten. 

Demasiados hombres (y mujeres) dispuestos a matar y a morir llenos de desesperación y rabia. Demasiadas armas que hemos puesto en el mercado. Demasiado dinero que compra cualquier cosa. Demasiada corrupción. Mucho hay que trabajar para que no vuelva a haber más días 11. 

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