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lunes, 15 de abril de 2013

Política monetaria japonesa

Posiblemente la noticia más relevante de las dos últimas semanas en cuanto a verdadera política económica, o sea, acciones reales que cambian las condiciones en las que se mueve la economía, haya sido la decisión del Banco de Japón de hacer una muy keynesiana expansión monetaria por valor de casi medio billón de dólares. Algo muy relevante por la importancia de la economía japonesa y por el tamaño de la expansión sobre la masa monetaria mundial. Mientras, Europa anda esperando a que llegue septiembre y a que, tras las elecciones alemanas, Merkel decida algo, y, en España, el Gobierno está esperando no sé muy bien a qué para tomar decisiones. 

La decisión del Banco de Japón se ha justificado por los dos objetivos que oficialmente persigue: intentar huir de la tendencia deflacionista (caída de precios) que arrastra Japón desde hace casi una década y, al mismo tiempo, aumentar la tasa de crecimiento de la economía (actualmente en el 1,2%), dinamizando la demanda interna. El Banco quiere, fundamentalmente, cambiar las expectativas de precios de los consumidores japoneses. Y es que están tan acostumbrados ya a pensar que los precios van a bajar, que el consumo privado japonés es muy lento, lo que ralentiza, a su vez, el crecimiento. Por otra parte, una pequeña subida de los precios, dentro de la típica banda del 0-2%, supone bajar los tipos de interés reales y permitiría diluir la parte interna de la deuda pública japonesa (en un 144% del PIB, una de las más grandes del mundo). 

Pero, ¿realmente es tan negativa la situación de los precios japoneses? ¿realmente necesita Japón un estímulo monetario para crecer? ¿O sus fuentes de crecimiento tienen otro origen? Mucho me temo que, sin desmentir la versión oficial, la expansión monetaria japonesa responde a más objetivos que los que se están publicando. Porque una tasa de crecimiento en la economía japonesa del 1,2% puede parecer muy pequeña o razonablemente suficiente, según como se analice. Y es que un 1,2% de una economía con una renta per cápita de 47.000 dólares (frente a los 28.000 de España o los 6.600 de China) es, en mi opinión, más que suficiente. Máxime cuando tiene crecimiento poblacional estancado, una tasa de paro que no llega al 5%, un crecimiento de la productividad de casi el 2% y un saldo exterior por cuenta corriente de casi el 2,3%. Es decir, una economía muy rica, muy estable, con un nivel tecnológico altísimo y un saneado crecimiento económico, ¿necesita hacer una expansión monetaria de ese calibre sólo para hacer crecer su demanda interna? 

Sin negar los objetivos oficiales que se han aportado, la expansión monetaria japonesa, igual que sus predecesoras norteamericanas, tiene, además, otros objetivos que no por no explícitos son menos importantes. Porque una expansión monetaria en una economía abierta como la japonesa y con un sistema de cotización de divisas flexible tiene efectos financieros significativos. Para empezar, sobre la cotización y, para continuar, sobre los flujos monetarios y financieros internacionales. 

Con la expansión, el Banco de Japón responde a las sucesivas expansiones monetarias norteamericanas, la última, de mediados de diciembre pasado. Expansiones cuyo efecto más directo, además de reactivar la economía norteamericana, han sido el mantenimiento de la cotización del euro (que debiera estar cayendo por la debilidad de la economía europea, frente al resto del mundo) y la revaluación del yen y del reminmbi chino. Una revaluación del yen que le ha costado a Japón casi un punto de crecimiento a través de su saldo exterior, al tiempo que empobrece a su muy ahorradora clase media que tiene parte de su capital en dólares. 

Creo, pues, que con la inyección monetaria, Japón está lanzando un aviso de que no va a consentir una revaluación del yen más allá de una cantidad razonable. Un aviso para evitar una guerra de divisas que no beneficiaría a nadie. Y menos a los europeos necesitados de financiación como nosotros. 

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