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lunes, 5 de junio de 2006

Latinoamérica

Latinoamérica está viviendo un interesante momento político y económico. Un momento histórico que viene, en parte determinado porque este año 2006 es año electoral en las cinco grandes potencias económicas y políticas de la región: Colombia, Perú, México, Argentina y Brasil. Cinco elecciones presidenciales a las que hay que sumar la reciente victoria de Evo Morales en Bolivia, el primer año de mandato de Oscar Tavarez en Uruguay, los elementos ya conocidos de la retórica populista de Chaves en Venezuela y el fin de ciclo, por cuestiones puramente naturales, de la dictadura cubana. 

En Latinoamérica están madurando tres procesos que se iniciaron hace ya algo más de una década: un proceso de crecimiento económico, un proceso de consolidación de instituciones democráticas, y, finalmente, un proceso de caída de la tutela norteamericana. 

Latinoamérica crece. Según informes de organismos internacionales, la economía latinoamericana ha venido creciendo en los últimos años a un ritmo medio de casi el 5%. Y hay países, por ejemplo Argentina, cuyo crecimiento ronda el 8% y no es un país petrolero. Su deuda externa global se ha reducido significativamente (México, Brasil y Argentina, otrora en suspensión de pagos, han resuelto parte de sus problemas e incluso han saldado sus deudas con el FMI), y todo ello con una cierta disciplina fiscal, sin una inflación de dos dígitos y con un cierto equilibrio en sus cuentas exteriores. La macroeconomía financiera funciona sin problemas siguiendo la receta del FMI. El problema es que todo esto se está produciendo con altas tasas de paro y salarios de miseria lo que fuerza a la emigración de una parte de la población, precisamente parte de su fuerza laboral joven y más preparada. Si a esto le sumamos que muchos de estos países han dilapidado parte de sus recursos naturales, el resultado es la persistencia de no pocos problemas económicos estructurales que generan problemas sociales y políticos, dando la imagen de que no se avanza, de que Latinoamérica vive estancada. Y es que, y lo he aprendido allí, las prescripciones de política económica del FMI sirven para convertir a un país en un buen deudor que crece y paga, pero ese crecimiento no es sinónimo de desarrollo. 

En segundo lugar, la democracia, a pesar de todo, se ha ido consolidando y hay países en los que funciona sin tentaciones caudillistas. Hoy es impensable un golpe militar en Chile, Argentina, Brasil o Uruguay, como era impensable hace unos años que en estos países gobernaran administraciones de izquierda o centro izquierda. Y de igual forma, nadie puede pensar en una vuelta al Priísmo en México, como empiezan a alejarse los fantasmas de las largas guerras civiles en Centroamérica. Los casos de Chaves o las tentaciones de Evo Morales son excepcionales, pero no dejan de ser, en parte, resultados perversos del mismo proceso democrático. La cultura democrática se está asentando en Latinoamérica. Con no pocas dificultades, puesto que defrauda a veces las expectativas, al no alcanzar suficientes mecanismos de justicia. Y es que, y también se puede aprender allí, democracia no es sólo tener derecho al voto, sino que haya también la posibilidad de ejercicio efectivo de derechos. 

Y, curiosamente, estos procesos coinciden con el momento en el que los Estados Unidos han dejado de priorizarla en su política exterior, pues se están concentrando en el agujero de Oriente Próximo (lleno, por cierto, de petróleo) y ante el reto estratégico de China, y están dejando de intervenir activa y directamente en sus asuntos. Hay datos, pues, esperanzadores de cambio en esta zona del planeta especialmente querida para nosotros. Un continente que necesita ayuda, pero no salvadores iluminados, ni internos ni externos. Un continente que necesita comprensión y no recetas milagrosas. Y esto también lo he aprendido estudiando el otro lado del Atlántico. 

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