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lunes, 29 de febrero de 2016

Daños limitados

La política es una suma de obviedades. Una de las obviedades más repetidas es que, por razones económicas, "necesitamos cuanto antes un gobierno estable". Se argumenta que mientras no tengamos un gobierno estable la marcha de la economía puede sufrir "daños", por lo que es imprescindible conformarlo como sea y evitar nuevas elecciones. 

Es evidente que toda incertidumbre genera parálisis en la toma de decisiones. En economía, la incertidumbre sobre cualquier aspecto relevante de una decisión suele implicar su aplazamiento porque la incertidumbre impide formar expectativas que es la variable clave de las decisiones. Esto es especialmente cierto en aquellas decisiones que tienen una mayor proyección en el tiempo, como las de inversión, de tal forma que, unas elecciones, en las que puede haber un cambio de orientación en la política económica, tienen siempre impacto sobre la tasa de crecimiento en el corto plazo. Pero no daña más el funcionamiento de una economía la incertidumbre sobre un gobierno que la certeza de un gobierno estable con una política económica errónea. Es decir, lo que necesitamos para que la economía vaya bien no es necesariamente un gobierno estable, sea cual sea y pronto, sino que no haya una política económica errónea, la haga un gobierno estable o no. Dicho de otra forma, no es la ausencia de Gobierno lo que puede perjudicar nuestra tasa de crecimiento en el corto plazo, pues Gobierno en funciones tenemos de la misma forma que tenemos leyes que se siguen cumpliendo, sino la posibilidad de que haya un Gobierno que realice un cambio profundo en la orientación de nuestra política económica, virando hacia una política errónea. 

Algo que es mucho más difícil de lo que parece que saben los políticos en España, pues, el margen de autonomía que tiene cualquier Gobierno de la zona euro en su política económica es relativamente limitado. Y es que todos los países de la zona euro tienen cedida la soberanía sobre la política monetaria, como todos tienen reglas de cumplimiento de política fiscal (que no son tan fáciles de negociar como algunos de nuestros políticos creen), como tienen cedidas no pocas de las competencias sectoriales y las de regulaciones de mercados. Solo hay una política económica plenamente nacional, que es la relativa a mercado de trabajo, y otra en la que los países tienen mucha autonomía, que es la que determina la composición del gasto y de los impuestos. 

La marcha, pues, de nuestra economía no depende, pues, tanto como quiere hacérsenos creer, de lo que haga o deje de hacer nuestro Gobierno, pues tenemos soberanía compartida sobre ella con los demás socios de la Unión Europea y los de la zona euro y somos una economía pequeña abierta, integrada y endeudada. Lo que pase en los próximos años con la economía española será el fruto de las circunstancias del entorno económico (los problemas de China y los emergentes, la situación del mercado de petróleo y los efectos sobre las petroleras y el sistema bancario, los problemas en Europa), más que de las decisiones que tome el Gobierno que se forme, sea cual sea su orientación ideológica. 

Gracias a la historia, la economía española no es ya una economía cerrada, ensimismada y castiza, sino una economía abierta e integrada en Europa. Y ojalá que fuera más abierta y más integrada en Europa, pues las únicas variables económicas que estamos controlando bien son aquellas cuyas decisiones compartimos, mientras que los mercados que dependen de nosotros, como el mercado de trabajo, tendemos a gestionarlos mal (y no hay más que irse a la diferencia de nuestra tasa de paro con la europea), como solemos equivocarnos en las políticas sectoriales que no compartimos (como educación). 

Es cierto que necesitamos un gobierno y lo necesitamos ya, pero no porque sea crítico para nuestra economía, sino para nuestra salud mental, pues no creo que los españoles podamos soportar mucho tiempo más el permanente show al que nos someten nuestros políticos.

29 de febrero de 2016
 

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